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Actualizado: 16 de junio de 2025
«¡Qué alegre está el tiempo! ¿De qué te ríes?». Me río de ti... ¡Qué curiosos son estos hombres! ¡Virgen María!, todo lo quieren saber. Claro, y tenemos derecho a ello. No puede una salir a compras... Dale con las tiendas. Competencia con mamá y Estupiñá; eso no puede ser. Tú no has ido a compras. Que sí. ¿Y qué has comprado? Tela. ¿Para camisas mías? Si tengo... creo que son veintisiete docenas.
Nació para hacer la felicidad de un apreciable albañil, y no ve nada más allá de su nariz bonita. ¿Pues no le ha dado ahora por hacerme camisas? ¡Buenas estarían!... Habla con sinceridad; pero sin gracia ni esprit. ¡Qué diferente de Sofía la Ferrolana, que, cuando Pepito Trastamara la trajo del primer viaje a París, era una verdadera Dubarry españolizada!
Déjeme usted en paz con sus botas y sus camisas... Lo que yo quiero es mi equipaje, ¿sabe?... ¿Qué rayos tenía usted que ver con él, ni por qué se ha metido donde no le llamaban? Oiga usted, señor mío, me parece que no hay razón para faltarme exclamó D. Nemesio encrespándose. La culpa ha sido de los dos, señor Puig, me apresuré yo a decir.
Quedó don Cleofás absorto en aquella pepitoria humana de tanta diversidad de manos, pies y cabezas, y haciendo grandes admiraciones, dijo: ¿Es posible que para tantos hombres, mujeres y niños hay lienzo para colchones, sábanas y camisas? Déjame que me asombre que entre las grandezas de la Providencia divina no sea ésta la menor.
Y como él insistía haciendo burla de aquellos trabajos, ella se resignaba diciendo: Bien, lo peor es para ti. A ver con qué vas a vestir a tu hijo cuando nazca. Descuida, chica replicaba él riendo. Tengo bastantes camisas para él y para mí... ¡Sobre todo, si le gustan de cuello bajo!... Al cabo de un mes, la acción del aire y del sol había puesto a Cecilia mucho más morena.
Rita, sintiendo aquellos pasos violentos que desde hacía días retumbaban en los aposentos callados con isócrono rumor de máquina, movía la cabeza y suspiraba, mientras colocaba en una maleta camisas y calcetines y prendas interiores de abrigo.
Desde las autoridades hasta los mendigos, la fama de mis riquezas, la leyenda de las carretas cargadas de oro, inflamó todos los apetitos. La prudencia ordenaba, como un mandamiento santo, que abandonásemos parte de los tesoros, las mulas y las cajas de comestibles. ¿Y vamos a quedarnos aquí, en esta aldea maldita, sin camisas, sin dinero y sin comida? ¡Mas con la rica vida, vuestra señoría!
Su tarea estaba por empezar, y los rollos de camisas, chambras y demás prendas continuaban delante de ella, muertos de risa, lo mismo que el barreño de agua. Papitos, que entró en el comedor con los cuchillos ya limpios, fue el choque que la hizo salir de su abstracción. ii
Cuando la condesa tenía excitados los nervios por la infidelidad de alguno de sus jóvenes admiradores arrojaba escaleras abajo las camisas y calzoncillos del conde, ordenándole como una reina ofendida que desapareciese para siempre.
Mi prima rió mucho; pero mi tío me reprendió. Pretendió hacerme comprender que la razón debe ser el lastre de la cabeza humana; que sirve en todo tiempo, y que sin ella no se hace más que tonteras. Por ejemplo: se compra cuarenta y dos hombrecillos de terracota, en vez de proveerse de medias y camisas.
Palabra del Dia
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