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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Además, ninguno de nosotros tiene nada que ver en que ellos anden como el perro y el gato. Cambiando de conversación, preguntó: ¿Vas a Palermo? Sí, iremos; a las cuatro viene el faetón. Bueno; ya que te empeñas...
¿Qué haces ahí? dijo el barón, agarrándola por un brazo. ¡Perdón! exclamó Josefina en el colmo del terror. ¡Por Dios, no me pegue usted, señor! Ya me pegaron mucho. La mano del caballero se aflojó repentinamente y, cambiando de voz y de tono, dijo: No, hija mía, no; nadie te pegará. ¿Cómo estás aquí a estas horas? Me ha pegado mucho mi madrina y me escapé de casa. ¿No tienes padres? No, señor.
Se murmuraba, en la tertulia, de los ausentes, en presencia de Maltrana, cambiando el género de sus nombres, haciéndolos femeninos. «La Enriqueta cree tener talento, y es una fregona.» «La comedia de la Pepa no vale nada...» Por la noche iban todos ellos a lo que llamaban gran mundo, a las reuniones frecuentadas por sus familias o a los palcos de la gente aristocrática.
Pero acabó por creer en un olvido del profesor, y la intranquilidad le hizo acudir á la cita mucho antes. Pasó más de tres horas en ansiosa espera, vagando por las calles inmediatas á la iglesia, inmovilizándose en las esquinas, cambiando de sitio al notar la curiosidad de los transeuntes.
Y cambiando de tono y como adoptando una resolución, añadió: tengo hambre, ¿lo oye usted? ¡lléveme a cenar! Salimos del balcón y entramos de nuevo en la sala. Yo tenía la sangre en la cabeza, pero aquella mujer estaba fría como una lápida. En la escalera del comedor encontramos a don Benito que paseaba a Fernanda todavía.
¡Ah! exclamó cambiando enteramente de expresión la abadesa : ¿y para qué me buscáis, caballero? Primero he buscado á vuestra noble prima. ¿Y para qué? Para asuntos que me tocan al alma... porque á mí me toca al alma todo lo que directa ó indirectamente atañe al servicio de su majestad. ¡Ah!
Ningún tarro de dulce debe taparse hasta pasados dos o tres días de haberlos llenado. CABELLO DE ÁNGEL. Se cuece o asa la calabaza, y cuando se abre y esté bien cocida se quita la piel, poniendo los hilos en una vasija con agua fría; se tiene un día entero cambiando el agua dos veces durante las veinticuatro horas.
¿Queréis ser franca conmigo, hija mía? No pretendo ocultaros nada, padre Aliaga. ¿Merezco yo vuestra confianza? ¡Oh, sí! dijo doña Clara cambiando de tono y haciéndole sumamente dulce y afectuoso. Pues bien; no me ocultéis nada. Vos amáis á ese caballero... ¡Yo! ¡no lo quiera Dios! exclamó con un verdadero terror doña Clara. ¿No os habéis sentido interesada por él?... Sí... ¿No lo recordáis?
Callaron, cambiando dos miradas que hacían inútil toda protesta de sinceridad. En la imaginación de ambos surgió la misma idea, formulada en sentido contrario.
Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados por el ardor de una discusión.
Palabra del Dia
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