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Actualizado: 18 de julio de 2025


El primer acto de la fiesta ecuatorial fue el paseo de la música a las nueve de la mañana por todas las cubiertas, deslizándose luego en los pasadizos y recovecos de los camarotes. Muchos pasajeros estaban aún en la cama, y al apagarse el eco de los instrumentos, volvieron a reanudar su sueño. Se habían acostado tarde.

Sopló una brisa helada del lado de popa que hizo estremecer a las damas, vestidas ligeramente. Mina tosió, llevándose las manos a los brazos y al pecho, casi desnudos, sin otro abrigo que el calado sutil de una blusa blanca. La súbita frescura le hizo imitar a algunas señoras que iban a sus camarotes en busca de un abrigo.

Al marchar, con las piernas blandas como si fuesen de algodón, nos llevábamos por delante todos los zapatos depositados a la entrada de los camarotes... Vimos unos cuantos amigos que golpeaban unas puertas, encorvándose para hablar por el ojo de la cerradura.

Sonaba el piano incesantemente en el gran salón bajo los dedos entorpecidos de las señoritas que preparaban su «número». Otros pianos no menos balbuceantes y expuestos a error contestaban desde los extremos de la cubierta, en la sala de los niños y en los camarotes de gran lujo.

Creo lo mismo que usted concluyó animosamente . Yo removeré la tierra y abriré canales, sin abrir por eso mi tumba... Mi sepultura está en Europa. Pero ¡quién sabe las cosas que nos aguardan antes de morir en este país al que vamos llegando! Después de media noche, se retiraron los dos amigos a sus camarotes. Había disminuido la gente en las cubiertas y salones.

Pero transcurridas cuatro horas, un espectáculo extraordinario hizo salir a muchos de sus camarotes antes que de costumbre. Las señoras sudamericanas, vestidas de negro, con sombreros del mismo color y un velo ante los ojos, subían la escalinata de caoba con dirección a los salones, pasando entre los camareros agachados y en manga de camisa que fregoteaban peldaños y balaustres.

Bien se ve que tenemos buen tiempo... Los buques son como los muebles viejos, que, después de una sacudida, sueltan, al quedar inmóviles, un rosario de bichos cuya existencia nadie sospechaba. ¡Qué de caras desconocidas!... Han estado ocultos como cucarachas en el agujero de sus camarotes, aguantando el mareo, y hoy es la primera vez que suben al comedor.

Llevaba curados a algunos pasajeros que se mantenían invisibles en sus camarotes. Lo de Maltrana era insignificante. Después de la hora del le esperaba en la botica. Al quedar solo se aproximó al jardín de invierno, mirando al interior por una de las ventanas. Todos seguían ocupando los mismos sitios: Ojeda con Mrs.

No faltaban éstas en el buque. Todos los pasajeros tenían la suya, y hasta algunas señoras ocultaban en sus camarotes el arma de fuego niquelada, brillante y graciosa como un juguete. Había revólveres de todos los calibres, pistoletes automáticos de diversos mecanismos. Un argentino hasta le había ofrecido para el caso dos carabinas de repetición, con balas blindadas, que llevaba para su estancia. Pero todas eran armas vulgares, prosaicas, de última hora; armas sin tradición, que no podían servir por falta de títulos para que dos caballeros se matasen.

A pesar de las órdenes del capitán, la noticia se había filtrado á través de la severa consigna, circulando por los camarotes. Subían las familias enteras, asustadas de la calma que reinaba en el buque, arreglándose las ropas con precipitación, pugnando los más por ajustar á sus cuerpos los salvavidas, que ensayaban por primera vez. Los niños gemían, aterrados por la alarma de sus padres.

Palabra del Dia

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