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Actualizado: 18 de julio de 2025
Y Maltrana describió la fiesta íntima en el fumadero después del baile, cuando las graves damas con sus hijas se habían retirado a los camarotes y sólo quedaba en la cubierta algún que otro señor entregado a su paseo habitual antes de irse a la cama.
El calor de los camarotes era insoportable aún durante la noche, y yo queria no solo gozar de la brisa fresca de la mañana, sino asistir á ese espectáculo sublime de la salida del sol. ¡Qué magnificencia de escena! qué de tesoros de luz y de hermosura desconocidos hasta entonces por mí!
Cuando estuvo abajo, en el corredor, iluminado en plena tarde como un pasillo subterráneo, experimentó la inquietud del que cree percibir a sus espaldas unos pasos invisibles. No había nadie en esta calle profunda del buque, envuelta a todas horas en densa penumbra. Adivinábase que todos los camarotes estaban desiertos.
Adivinábase la presencia, más allá de los tragaluces de los camarotes, de algo extraordinario. El aire era menos puro, sin emanaciones salinas, con bocanadas de agua en reposo que olían a marisco en descomposición, y junto con esto un lejano perfume de selva brava.
Luego, abandonando el piano, abrió una tras otra todas las puertas de los camarotes que daban al salón. En la del dormitorio del capitán se detuvo, sin querer pasar del umbral, sin soltar el picaporte de bronce que mantenía en su diestra. Ferragut, detrás de ella, la empujaba con suave traición, repitiendo al mismo tiempo sus caricias en la nuca.
Crujían en los camarotes las cerrajas de las maletas; desatábanse correas y paquetes, abandonaban las ropas sus encierros, y las manos diligentes sacudían pliegues y ordenaban piezas con toda calma, sin miedo al vahído del cansancio y a la movilidad que arroja personas y objetos de un ángulo a otro de la inquieta habitación.
Ojeda interrumpió estas lamentaciones. Quería saber el motivo del duelo y quiénes eran los combatientes. Se expresó Maltrana con triste dignidad. Había sido al final de la fiesta en su honor, cuando más contentos y fraternales se mostraban los amigos. Muchos se habían retirado a sus camarotes. Eran las tres de la madrugada.
Pasaban gran parte del día pegados a ella, explorando el largo corredor alfombrado de rojo, con grandes intervalos de sombra y manchas blanquecinas de eléctrica luz. Las puertas de los camarotes de primera clase se abrían a ambos lados de este pasadizo, que a ellos les parecía interminable y magnífico, como un bulevar habitado por millonarios.
¡Qué Ojeda! murmuró Isidro mirando por los cristales . Veremos en qué viene a parar toda esta música. Sintióse sin fuerzas para seguir paseando por la cubierta. El calor había dispersado a las gentes. Todos gozaban la frescura de la siesta, ligeros de ropa, en el interior de sus camarotes o en los encontrados huracanes de los ventiladores del fumadero.
Y como conocía la isla, por haber bajado a ella en anteriores navegaciones, volvió a acostarse para gozar despierto del regodeo de la pereza, mientras en los camarotes inmediatos chocaban puertas, se cruzaban llamamientos en distintos idiomas, y sonaba en los corredores un trote de gentes apresuradas, atraídas por el encanto de la tierra nueva.
Palabra del Dia
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