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Actualizado: 18 de julio de 2025
Y siguió adelante, sonriendo con una tolerancia de veterano al pensar en las locuras de la «muchachada». Estaba tranquilo por haberle dicho su ayuda de cámara andaluz que los hijos mayores roncaban en sus camarotes con la fatiga de una noche pasada en claro, pero sin desperfectos visibles. La música siguió desarrollando su programa matinal como si sonase en el vacío.
Desde mucho antes caminaban los madrugadores por la azulada penumbra de la cubierta, saludándose al paso y comunicándose noticias de la noche anterior. Algunos, vestidos con pijamas o medio desnudos bajo un largo gabán, descendían del gimnasio y se deslizaban rápidamente en busca de sus camarotes. Aparecían las primeras señoras, yendo tras breve paseo a arrellanarse en los sillones.
Salimos de Inglaterra doscientos pasajeros, y cada uno tenia cómodamente su puesto en la mesa, pues el comedor es un magnífico salon. Los camarotes, de dos camas en su mayor parte, son estrechos y poco confortables.
El joyero, sordamente irritado contra su cabeza blanca y sus arrugas, gustaba de envejecer a los demás, creyendo remozarse de tal modo, y por esto insistió en aumentar los años de Isidro, sin hacer caso de sus protestas. Entraban en el comedor poco a poco todos los jóvenes que se habían mantenido ocultos hasta entonces en sus camarotes.
En la proa y la popa alojamientos de marineros, hospitales, almacenes de útiles de navegación, cocinas para los emigrantes, y entre ambos extremos, camarotes y más camarotes para la gente de primera clase, peluquerías, baños y gabinetes de aseo por todos lados.
El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó y vió que tenía la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto, las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores hasta los camarotes.
No tiene otra ocupación en el buque que empinar el codo. Es una mujer interesante murmuró Ojeda . ¡Y tan tímida!... Aguardaba todas las tardes a que el salón quedase desierto. Descendían las familias a sus camarotes para dormir la siesta; otros pasajeros se acostaban en las sillas largas del paseo; sólo permanecían algunos en el jardín de invierno.
Los capitanes de trasatlántico lamentaban sus lujosos camarotes convertidos en dormitorios de tropa, sus cubiertas charoladas, que habían pasado á ser establos; sus comedores, donde se sentaban antes las gentes con smoking ó escotadas, y debían ser regados ahora con toda clase de desinfectantes para repeler la invasión de chinches y piojos, los olores animales de tantos hombres y bestias amontonados.
Cuando el nuevo propietario entró en el salón de popa, rodeado de camarotes único lugar habitable en este buque de carga , los recuerdos del muerto salieron á su paso.
Los sesteantes abandonaron sus camarotes a las cuatro de la tarde y subieron a las cubiertas, parpadeando deslumhrados por el ardor del sol. La música, acompañada de gritos y gran batahola infantil, recorría el buque. Neptuno acababa de subir a bordo. Nadie había visto por dónde, pero la presencia del dios con su bizarro cortejo era indiscutible.
Palabra del Dia
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