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Actualizado: 19 de junio de 2025
En efecto; Clara, que estaba bordando sobre cañamazo, con lanas de colores, una cabecita de ángel rodeada por una guirnalda de flores, le había hecho los ojos de estambre rojo y los labios con estambre negro; las flores tenían todos los colores tan trastornados, que no se sabía lo que aquello era. Al oír la observación de su amiga, Clara se puso del color de los ojos del ángel.
El niño fijó un momento los ojos en aquel papel desconocido a que la mano que lo sostenía comunicaba temblores de rabia, y el pudor de su alma inocente tuvo fuerzas para colorear en sus mejillas por un momento la azulada palidez del espanto. Movió la cabecita y cerró los ojos, apartándolos. Eso es malo dijo , es pecado... ¿Pecado y tú lo has escrito? bramó el otro en el paroxismo de la rabia.
Tráeme el gorro y no tomes ese aire desesperado... Vamos, ven acá... Algo hay de bueno, después de todo, en esa cabecita. ¿Dices que temías, hablando, ceder a algún deseo secreto? ¿Es ese tu pensamiento? Responde... ¿Es que amas a Máximo? Yo estaba como una acusada, con la cabeza baja, y no tenía valor para responder. Mi padre continuó: Lo sospechaba... lo amas. ¿Dónde está el mal?
Pero Nélida se lo arrebató, paseando sus labios frescos por la temblona cabecita del simio. Los esposos Kasper se conmovieron al saber que los dos animales eran regalo del doctor Ojeda. Miraron en torno para darle las gracias por sus atenciones con la niña, pero hacía rato que se había retirado a su camarote, deseando librarse cuanto antes de la sociedad de Nélida.
¿De manera observó Nieves con una ironía que se transparentaba perfectamente en el acento de la voz y hasta en el modo de volver la cabecita hacia Leto , que si como fui a escondidas en su yacht y caí por culpa de usted, voy por encargo expreso de mi padre y caigo por culpa mía, en la mar me quedo sin auxilio de nadie?
Envidia, nada más que envidia... señora dijo dirigiéndose a su ama el criado adulador: mis chicos han visto subir el nacimiento y se han emberrenchinado en que les compre muñecos. La dama, sin hacer caso, subió lentamente la escalera y Pepito la siguió en silencio, con la cabecita baja y las manitas a la espalda, sintiendo cosas que no podía comprender, como un filósofo chiquitín.
Era una mujer entre los cuarenta años y los cincuenta, que todavía guardaba vestigios algo borrosos de una belleza ya remota. Su obesidad desbordante, blanca y flácida tenía por remate una cabecita de muñeca sentimental; y como gustaba de escribir versos amorosos, apresurándose á recitarlos en el curso de las conversaciones, sus enemigas la habían apodado «Cien kilos de poesía».
Por último, y cuando ya Ripamilán asomaba la cabecita vivaracha sobre el antepecho del otro púlpito para cantar el Evangelio, el organista la emprendió con la mandilona: Ahora sí que estarás contentón mandilón, mandilón, mandilón. Los carlistas y liberales que llenaban el crucero celebraron la gracia, hubo cuchicheos, risas comprimidas y en esto vio la Regenta un signo de paz universal.
En todo aquello había mucha más canela de la que se había él figurado, y cabía más de otro tanto si se quería suponer. En aquella cabecita graciosa se reflejaban pensamientos de cierta especie, y en aquel cuerpo saleroso, latidos... ¡y vaya usted a saber! Pero, señor, ¿en dónde había tenido el ojo bueno hasta entonces?
Entretanto, el calor no tardó en producir un efecto somnífero; la linda cabecita de cabellos rubios cayó sobre la vieja bolsa y los ojos azules fueron velados por sus párpados semitransparentes. Pero, ¿dónde se encontraba Marner en el momento en que aquella extraña visita acudía a su hogar? Estaba en la choza, pero no había visto a la criatura.
Palabra del Dia
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