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Actualizado: 19 de junio de 2025


Y ahora, padrino continuó la niña torciendo su cabecita y mirando de frente al pastor , ya ve usted lo bueno que es tener ahijados. Apenas acababa la niña de referir su ejemplo, cuando se oyó un gran estrépito: el perro se levantó, aguzó las orejas, apercibido a la defensa; el gato, erizado el pelo, asombrados los ojos, se aprestó a la fuga, pero bien pronto al susto sucedieron alegres risas.

El niño parecía conmovido, como pueden estar los ángeles a la vista de las miserias humanas; movió tristemente la cabecita, cruzó las manos y prosiguió con la expresión de un querubín que mira a la tierra: Ellos, ¡ingratos!, de pesarte llenan... ¿Seré yo también sordo a tu gemir? ¡No! Yo no quiero frutos que envenenan, No quiero goces que a mi Madre apenan, ¡No quiero ser así!

La Mazacán había roto los guantes apretando los puños y daba gritos con su hermosa voz de soprano. La otra, tiesa en su asiento, erguida la cabecita como la de una víbora que se defiende, escupía sus desvergüenzas sin moverse, sin mirar a ninguna parte, como una figurilla de ira petrificada.

Y la mañana siguiente, la primera señal que dió la niña de estar despierta fué levantar la cabecita de la almohada y hacer la otra pregunta que de tan extraño modo había asociado á la letra escarlata: Madre, madre, ¿por qué tiene siempre el ministro la mano sobre el corazón? Cállate, niña traviesa, respondió la madre con una aspereza que nunca había empleado hasta aquel momento.

Eran Raúl de Candore y nuestra antigua conocida Juana Dodson, cuyos ojos azules desembarazados de los anteojos, se fijaban con amor en el precioso niño dormido en los almohadones y cuya cabecita rubia desaparecía a medias bajo la capota rosa querida de Kate Grenavay. ¡Todavía una hora! exclamó el conde consultando un bonito reloj de caza.

Echó a correr Piedad, como si buscase a alguien. «¿Y yo me quedo hoy en casa por mi niña», le dijo su padre, «y mi niña me deja solo? «Ella escondió la cabecita en el pecho de su padre bueno. Y en mucho, mucho tiempo, no la levantó, aunque ¡de veras! le picaba la barba.

Las niñitas deben querer mucho, mucho a los papás cuando se les muere la madre. Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, cómo pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro.

La protectora de la niña, era lavandera de la casa de Doña Luisa, y un día en que Hasay llevaba sobre su cabecita un lío de ropa, la vió aquella. Desde aquel día, la vida de Hasay tomó un nuevo aspecto.

Desquitábase cuando una que otra vez, muy rara, le consentían llevarla a la Granja. Allí se pasaba las horas en éxtasis, teniéndola sobre sus rodillas, acariciándola frenéticamente. La niña se había acostumbrado a estas violentas expresiones de cariño y las agradecía. A veces sentía su cabecita blonda mojada por las lágrimas de su amigo.

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