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Actualizado: 19 de junio de 2025
Por la mañana estaba tan alegre que reía horas y, horas; pero por la tarde, sentábame a la mesa con aspecto sombrío y no despegaba los labios durante toda la comida. Este silencio tan en oposición con mis hábitos, preocupaba bastante al señor de Pavol. ¿Qué es lo que pasa en tu cabecita, Reina? Nada, tío. ¿Te aburres? ¿Quieres viajar? ¡Oh no, no, tío! Por nada dejaría el Pavol.
Reunidas en el comedor, tenían las manos lánguidamente caídas sobre la carpeta de terciopelo rojo, menos Carmen, que con las suyas se cubría la cara para seguir más abstraída en la imaginación de las escenas que había evocado la anciana. ¡Qué mal hace abuelita, dijo Zoraida, de hablar así delante de esta chica! Tiene ya la cabecita llena de novelas.
La heroína de sus novelas de entonces era una madre. A los seis años había hecho un poema en su cabecita rizada de un rubio obscuro. Aquel poema estaba compuesto de las lágrimas de sus tristezas de huérfana maltratada y de fragmentos de cuentos que oía a los criados y a los pastores de Loreto.
Pues es preciso comer; haz un esfuerzo... ¿Es que no comes para hacerme rabiar?... Ven acá, tontuela, echa la cabecita aquí. Si no me enfado, si te quiero más que a mi vida, si por verte contenta, firmaba yo ahora un contrato de catarro vitalicio... Dame un poquito de esa camuesa... ¡Qué buena está! Déjame que te chupe el dedo...». Iban llegando los amigos de la casa que solían ir algunas noches.
La puerta abriose de pronto, y Pablillos, vestido de viejo traje color de badana, entró de un salto en la cuadra, sosteniendo en sus brazos un cesto de mimbre repleto de alubias, nabos, cebollas, longanizas y uñas de vaca; una codorniz dejaba colgar hacia afuera su cabecita muerta. ¿Cómo hubiste esas provisiones, muchacho? preguntole Ramiro con sequedad, sospechando alguna trapacería.
Sus frases nos sumergen en la meditación y el ensueño; nos llevan lejos, lejos, más allá de todos los horizontes visibles. Bueno; yo no sé expresar bien esto, pues pertenece a honduras de la vida en cuyos bordes mi pobre cabecita sufre vértigos y mareos.
Mi vecina acababa de desaparecer tras las cortinas de la suya; al sentir mis pasos, sacó la cabecita y me largó un good evening, sir! que esta vez no me pareció del todo exento de picardía. ¿Qué mujer no tiene un grano de malicia, a veces inconsciente, esparcido en la sangre? Yo creí que se recostaría simplemente, vestida como estaba.
Responder a mi pregunta, dejar el juego y lanzarse a abrir el postigo, mientras los otros chicuelos, suspensos y algo cortados, me contemplaban con los ojos muy abiertos, fue todo uno; y no bien hubo asomado la cabecita al corral, cuando ya comenzó a gritar allí: ¡Madre!... ¡madreee! ¡Aquí está un señor que viene a casa!
¡Pobre Pascualet!... ¡Infeliz Obispillo! Con su guirnalda extravagante y su cara pintada estaba hecho un mamarracho. Más ternura dolorosa inspiraba su cabecita pálida, con el verdor de la muerte, caída en la almohada de su madre, sin más adornos que sus cabellos rubios.
Delante del balcón había una jardinera con flores de trapo admirablemente fingidas, y en su centro se alzaba una jaula, cárcel de dorados alambres, donde, oculta la cabecita bajo el ala, dormía un canario de Holanda, su mejor amigo, casi el rival del espejito de marfil.
Palabra del Dia
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