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Actualizado: 25 de junio de 2025


Dicen que es una santa. ¡, una santa que anda suelta! ¡Oye, muchacha, si buscas novio, aquí tienes uno! ¡Qué falta de algunas docenas de azotes! ¡Mira qué ojillos hipócritas pone la pendanga! Comprenderáse fácilmente en qué estado de aturdimiento, furor, angustia y exaltación pondrían al noble don Mariano Elorza estas groseras frases que se veía obligado a escuchar.

Más de uno te he visto morder y despedazar con tus uñas y tus dientes, en los momentos en que el buen tono cede el paso a la pasión y a la sociedad. buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso lo destrozas, hozando en él como quien remueve la tierra en busca de un tesoro. Yo nada busco, y el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza.

Jacinta trincó a su marido por el brazo y le llevó un poquito aparte: «Y qué, nene, ¿hay barricadas?». No, hija, no hay nada. Tranquilízate. ¿No volverás a salir esta noche?... Mira que me asustaré mucho si sales. Pues no saldré... ¿Qué... qué buscas? Jacinta, riendo, deslizaba su mano por el forro de la levita, buscando el bolsillo del pecho.

Esto en cuanto a la política. En cuanto a tu casamiento, no debo negarte que tienes razón en desear para mujer propia una que tenga las prendas de que me hablas; pero ¿por qué no la buscas? ¿Ha de pasar ella casualmente delante de tus ojos? ¿Ha de abrir su espíritu al tuyo y ha de mostrarte que merece entrar en íntima comunión con él, sin que te tomes siquiera el trabajo de llamar a la puerta? ¿Vas a buscar acaso ese tesoro que necesitas entre las aventureras, entre las damas galantes, entre las mal casadas a quien enamoras?

Hablarse sin miedo, que ya yo que buscas ser algo más que mi ahijado... ¡Lástima que andes en esa vida! Y le aconsejaba que ahorrase, ya que la suerte se le presentaba de frente. Debía guardar sus ganancias, y cuando tuviese un capitalito, ya hablarían de lo otro, de aquello que no se nombraba nunca, pero que sabían los tres. ¡Ahorrar!... Rafael sonreía ante este consejo.

«¡Si no te largas, de la patada que te doy...!». Fue tras ella; pero Papitos se puso a salvo. Parecía que volaba. Desde el fondo del pasillo, en la puerta de la cocina, repetía sus burlas, haciendo con las manos gestos de mico. Volvió él a su cuarto muy incomodado y a poco entró ella otra vez. «¿Qué buscas aquí?». Vengo a por la lámpara para aviarla...

Allá me sacó del cofre la partida de bautismo, un papelejo que apestaba. Este documento no prueba nada. El chico será o no será... ¡quién lo sabe! Pero pues tienes este capricho de ricacha mimosa, allá con Dios... Todo esto me parece irregular. Lo primero debió ser hablar del caso a tu marido. Pero buscas la sorpresita y el efecto teatral. Allá lo veremos... Ya sabes, hija, el trato es trato.

«Vas á cometer una necedad enorme... ¡Atención!... Buscas complicar tu existencia...» Era el antiguo Lubimoff el que hablaba en su interior; el Lubimoff recién llegado de París para refugiarse en su Arca, lejos de todos los afectos vanos que forman la felicidad de la mayoría de los hombres; el áspero maestro de «los enemigos de la mujer». La voz ronca y plañidera no levantó ningún eco.

¡Márchate! dijo con voz colérica . Nada quiero saber de ti... Lo tuyo no me interesa, no deseo conocerlo... ¡Fuera de aquí! ¿Por qué me buscas? Pero ella no parecía dispuesta á cumplir sus órdenes. En vez de marcharse, se dejó caer con desaliento en uno de los divanes de la cámara. He venido dijo para rogarte que me salves.

Era el capitán Iriondo, vestido con el traje viejo de sus expediciones de caza. Llevaba la escopeta pendiente del hombro, y el perro, junto á él, husmeaba sus manos. ¿Buscas la bronca, eh?... dijo al médico. vienes porque te gustan estas cosas, y yo me voy por no verlas. Se marchaba á cazar chimbos á cualquier parte: le interesaba huir de Bilbao, no ver lo que seguramente ocurriría.

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