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¡Tablas, Tablas! gritó Carnicero, y cuando el atleta apareció en la puerta, le dijo : Gandul, ¿estás sordo?... Vete a la taberna de la calle del Burro y trae una botella de Jerez seco o de cosa que lo parezca. Anda pronto. Oye, ¿no hay bizcochos en casa? trae también bizcochos.... Jerez seco... pronto.

Y tras este prudente consejo, que hizo arreciar a la golfería en sus denuestos, Coleta saboreó otra copa, alabando la buena suerte que le hacía tropezar tan de mañana con amigos rumbosos. El era el más pobre de todos los traperos: ni carro, ni burro, ni casa. Se lo había bebido todo.

El cuidaba del burro, el guiaba el carro cuando al amanecer emprendían la marcha a Madrid, el subía a los pisos altos mientras su ama cuidaba en la calle del vehículo. Al volver a casa, cerca de mediodía, su primera ocupación consistía en el arreglo de los comestibles.

me dirás entonces: pero ven acá, Martinán, burro, ¿cómo quieres que sepamos lo que nos conviene antes que haya hecho operación en el cuerpo? Yo te responderé: ¡alto, amigo, poco á poco! ¿Por qué no lo sabes? ¿porque no lo has visto? ¿Y has visto la Extremadura? ¿Y entonces por qué sabes que hay la Extremadura?...»

Conque es decir que por un lao se me dan treinta riales de menos, y por otro me rebajas en la cuenta otros tantos.... ¡Tina!, pues ahora salgo peor; treinta de acá ... y treinta de allá.... Esto no lo dejo yo así, y ahora mesmo voy al Muelle, ¡retiña! ¡Anda, burro, más que burro!... ¡Este hombre no tiene timón en la cabeza! ¡Mal vendaval te sople, animal!...

Cuando la señorita se apartaba del zarzal, D. Manuel acertó a ver a la Nela a punto que esta había caído completamente de su burro, y dirigiéndose a ella, gritó: ¡Oh!... ¿aquí estás ?... Mira, Florentina, esta es la Nela... recordarás que te hablé de ella. Es la que acompaña a tu primito... a tu primito. ¿Y qué tal te va por estos barrios?... Bien, Sr.

Ahora viene lo que llaman el alegato de bien probado. Pero hasta que pase el verano no habrá nada. El abogado me da grandes esperanzas. ¡Si esto se resolviera pronto para pagar a Melchor y escapar del lazo que me tiende!...». Pensando en Juan Bou, que a menudo la obsequiaba, decía: «¡Pobre Bou! Es el animal más cariñoso que conozco. Le quiero como se quiere al burro en que salimos a paseo».

Lo creo. ¡Bien sabe el demonio que es la primera vez que me he reído desde hace seis ú ocho años! Verdad es que tampoco he llorado... Pero despachemos. ¡Eh, muchachos! ¡Jesús me ampare! empecé á gritar. Os llamo para preguntaros qué le habéis tomado á este hombre. Un burro en pelo. ¿Y dinero? Tres duros y siete reales. Pues dejadnos solos. Todos se alejaron.

El campesino de esa comarca tiene una fisonomía poco inteligente y viva, y su pobre vestido de tela azul de algodon, indica que la falta de abrigo aflige en los inviernos á la poblacion rural. Y no solo se hace del humilde y resignado burro un agente de labor agrícola, sino que se le honra con el tiro de las tartanas y ligeras carretas rústicas, ó cabalgándole con descuidada confianza.

Y, dicho sea de paso, habéis de saber que, si yo creyese en la metempsicosis, preferiría habitar por toda mi vida en el alma de un caballo de coche de alquiler, de un temporero, de un burro de Montmorency, animar, en fin, a lo que hay de más miserable, que encontrarme bajo la piel de un grumete.