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En mis barrios, en mi casa, sin ir más lejos, conozco yo una muchacha que paece un ángel, y allí se está como flor en cerro, que ni la huelen ni la cogen... hasta que pase el burro y se la coma...; es decir, cualquiera. Guapa, ¿eh? ¿Alguna modista o peinadora? Por ahí, por ahí; pero monísima. Esbelta, graciosa... y cara de buena. Vive sola, en el tercero interior, y debe de ser muy pobrecita.

Al cabo de los ocho días, tomó el viejo su hacha y su burro y se fue al bosque. Dió algunos golpes al tronco del árbol y 35 salió el mismo negro. ¿Qué contestación me traes? le dijo éste. Mi hija consiente en casarse contigo le dijo. Bien dijo el negro; pero hay una condición y es que las bodas se celebren a oscuras y que ella nunca trate de verme, 40 mientras yo no lo diga.

Santa Cruz tomó un tono muy plañidero para decirle: «¡Y yo tan estúpido que no conocí tu mérito!, ¡yo que te estaba mirando todos los días, como mira el burro la flor sin atreverse a comérsela! ¡Y me comí el cardo!... ¡Oh!, perdón, perdón... Estaba ciego, encanallado; era yo muy cañí... esto quiere decir gitano, vida mía.

La cara del párroco de Entralgo, sin saber por qué, ejercía un efecto sedante bien definido sobre sus nervios. Venía éste caballero en un rucio matalón enjaezado con albarda. ¿Hacia dónde caminamos, D. Prisco? preguntó ya alegremente el capitán teniendo del ramal al burro. Villoria manifestó aquél con su acostumbrado laconismo. ¿Va usted á dormir allá? . El cura está enfermo. Mañana San Roque.

Y no fue que el burro se parara, sino que el jinete se cayó, abriéndose la cabeza. Todavía tenía la señal. Por suerte, los hermanos García, boteros, que tenían su taller de corambres debajo del Sacramento, y le vieron caer, le conocían, y recogiéndole, le llevaron a casa de su abuelito. ¡La que se armó allí!

Y ande usted por arenales, por donde hay piedras, sol por arriba y fuego por abajo, y balas por delante... ¡Cuestion de acostumbrarse! ¡Como el burro que se acostumbró á no comer! En la presente campaña, la mayor parte de nuestras bajas son ocasionadas por heridas en las plantas de los piés... Digo lo del burro, señora, ¡lo del burro!

Lo esencial es que se ha puesto hermosísima, mucho más guapa que antes. En fin, tengo ese capricho y me da la gana. Ha engordado..., antes tenía el pecho como de ninfa jovencilla, hoy debe de tenerlo como la diosa de la abundancia. ¡Me da una ira pensar que el burro de Martínez!... No es que yo me arrepienta; pero la verdad es que anduve algo precipitado en dejarla

Voy cargado como un santísimo burro». Maximiliano siguió hacia el café, y observando que Platón tomaba hacia la calle de Ciudad Rodrigo, miró su reloj. ¡Dátiles!... ¡Cuántos le he comprado yo! Las golosinas la venden.

Al aproximarse, notando Benina que alguien se asomaba a una reja del piso bajo, hizo propósito de preguntar: era un burro blanco, de orejas desmedidas, las cuales enfiló hacia afuera cuando ella se puso al habla.

Allí la joven se le colgó del brazo y dieron algunas vueltas por la misma calle en que había visto pasear al conde con Amalia. Usted está muy enamorado de , ¿verdad? le preguntó bruscamente. El indiano, sorprendido, murmuró: ¡Oh, ! Dicen que estoy como un burro, y es verdad. ¿Y qué siente usted, vamos a ver; qué siente usted? Explíquese. ¿Yo?... ¿Cómo? exclamó sorprendido.