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¿Y ahora? ¿Qué dices ahora, Zapaquilda? ¿Dónde están esos hígados? ¿Dónde esas manos? Anda, bruja, pide perdón; si no, te dejo caer como una rana bramaba el cazurrón, zarandeándola en el aire. ¡Déjame, Manín! ¡Déjame, burro! ¡Habrá cochinazo! ¡Mira que grito! Al fin la puso delicadamente en el suelo.

Un día en un rapto de expansión le dijo á su abuela: «Abuela, ¿conoce usted el país donde florecen los limoneros, lo conoce usted? ¡Ay, allí quisiera que usted me llevasePor cierto que la tía Basilisa en vez de compadecer á aquel Mignon de montera y calzón corto le respondió alzando el garabato sobre su cabeza y diciéndole que donde le iba á llevar era á la cuadra «por burro y por holgazán».

Además, de los labios de doña Frasquita continuamente brotaban dichos y apóstrofes tan destemplados como éstos: «¡Carcamal! ¡No haber tenido familia a los veinte, y querer correrla con un pie en la sepultura! ¡Cochino! ¡Buen chasco se llevaría la que fuese, porque... al burro que no puede con la albarda, échele usted doble carga

La niña estuvo tres veces para llorar y otras tantas para reír: al fin se decidió por lo último, hallando muy gracioso, aunque demasiadamente húmedo, el chiste de su hermanito. Para recompensar su tolerancia, éste tornó a hacer el gato con más voluntad aún y maestría. Después imitó al perro y al burro menos que medianamente.

Alardeando de fino, colocó los almohadones ante la chimenea, y dijo a Carola: Anda, gachona, ven y siéntate aquí conmigo, en el suelo, como los moros; nos calentaremos los pies, que estoy hecho un sorbete. Burro, ¡mira que tener frío junto a !

Dices, Juan, que las minas serán nuestra felicidad. ¡Eso! ¡eso digo! exclamaba el paisano con furor. Pues yo te digo que acaso, acaso serán nuestra desgracia. ¡Martinán, eres un burro! gritó otro paisano que allá en un rincón libaba silenciosamente el jugo de la manzana. Te digo que acaso sean nuestra desgracia y voy á probártelo expresó Martinán con calma sin hacer caso de la interrupción.

Santa Cruz cayó de su burro. «Me la has dado, chica. No me acordaba de que es hoy día de Inocentes. Buena ha sido, buena. Ya me extrañó a mi un poco que en esta casa del dinero no hubiera suelto». Tomad dijo Benigna a los niños ; vuestro tiito os convida a dulces. Para inocentadas indicó Juan riendo , la que nos ha querido dar mi mujer.

Partidillas sueltas... ya, ya me lo contará usted dentro de unos meses. El cariz del asunto se pone cada vez más feo. Entre esos bárbaros que quieren entrar en burro en las iglesias y fusilan por chiste las imágenes, y los otros salvajes que cortan el telégrafo y queman las estaciones... verá usted, verá usted qué tortilla se nos prepara. Aquí nadie se entiende. Mire usted que hasta Montpensier, que parecía formal, meterse en ese desafío estúpido.

Y aquí, por vía de ilustración, apuntaremos que en los primeros veinte años de la conquista el precio mínimo de un caballo era de cuatro mil pesos, trescientos el de una vaca, quinientos pesos el de un burro, doscientos el de un cerdo, cien el de una cabra o de una oveja, y por un perro se daban sumas caprichosas.

Aunque ha vuelto de Granada licenciado en leyes, sigue tan burro como se fue, salvo que rebuzna en latín y larga las coces ajustadas a Derecho. Pero, en fin, tienes razón. No debemos quejarnos de ellos. Debemos despreciarlos. El arrastrado del padre Anselmo tiene la culpa de todo. No maldigas del padre replicó Juanita . Es un bendito, espejo de santidad.