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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Aquel hermoso ejemplar de belleza varonil, grande, musculoso, bronceado, con unos ojos imperiosos, endurecidos por pobladas cejas, había sido creado para la acción, para la actividad; era incapaz de enfocar su inteligencia en el estudio.
Pongamos que estoy demasiado bronceado para ella, y no hablemos más del asunto. Pues no eres poco difícil... ¿No hay nada más? preguntó la tía Liette muy divertida. Como pasos oficiales, no hay más, y ya es bastante... Pero he recibido otras dos visitas, la una muy simpática... y la otra un poco menos. ¿Cuáles? Eso, joven, es el secreto profesional. Busca y encontrarás. ¿Quién puede quererte bien?
Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad de marfil en el cristal verde de las aguas removidas.
El niño penetraba en su interior todos los días para coger el huevo que una gallina misteriosa ponía sobre los cojines de bronceado guadamacil. A los diez años de edad Ramiro parecía tocado de Dios. Su madre le veía internarse, como un predestinado, en la aspereza y el recogimiento.
Un cutis suave y levemente bronceado como el de usted, donde se transparenta toda la savia y todo el fuego del mediodía, exige el adorno oriental por excelencia. Usted tan lisonjero como siempre, general. Me pongo las perlas porque es lo mejor que tengo.
En el camino huía de todas ellas como de un tropel de furias, y únicamente sentíase tranquila al verse dentro de la fábrica, un caserón antiguo cerca del Mercado, cuya fachada, pintada al fresco en el siglo XVIII, todavía conservaba entre desconchaduras y grietas ciertos grupos de piernas de color rosa y caras de perfil bronceado, restos de medallones y pinturas mitológicas.
A los pocos pasos, un gitano joven, bronceado, con las mejillas roídas, oliendo a ropa sucia y a viruelas, quedaba como en éxtasis, con el sombrero pendiente de las dos manos, y rompía a cantar también a «la mare», «maresita der arma», «maresita e Dió», admirado por un grupo de camaradas que aprobaban con la cabeza las bellezas de su «estilo».
Las faenas caseras no habían estropeado sus lindas y bien torneadas manos, y ni el sol ni el aire habían bronceado su tez trigueña. Su pelo negro, con reflejos azules, estaba bien cuidado y limpio. No ponía en él ni aceite de almendras dulces ni blandurilla de ninguna clase, sino agua sola con alguna infusión de hierbas olorosas para lavarlo mejor.
A su alrededor hay en acecho doscientos hombres de rostro bronceado, provistos de arpones y ganchos. De veinte leguas á la redonda llega el mundo elegante, mujeres bonitas y sus adoradores, quienes se colocan á la orilla del mar y lo más cerca posible para mejor ver la matanza, formando un círculo encantador. Dada la señal, el pescador hiere.
Su palidez morena había adquirido un tono bronceado. Llevaba la barba crecida, una barba negra y rizosa. Don Marcelo se acordó de su suegro. El centauro Madariaga se reconocería indudablemente en este guerrero endurecido por la vida al aire libre. Lamentó en el primer momento su aspecto sucio y fatigado; luego volvió á encontrarle más hermoso, más interesante que en sus épocas de gloria mundana.
Palabra del Dia
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