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Actualizado: 11 de mayo de 2025
El salón de recepciones era el centro del jardín, alfombrado de naranjas que habían caído antes de sazonar. Germana, sentada en su sillón, fumaba cigarrillos yodados; el conde la miraba vivir; la señora de Villanera jugaba con el niño como una faunesa vieja y negra con su retoño bronceado. Los amigos se balanceaban en las mecedoras que se habían hecho traer de América.
Cuando el nieto entró, la cara pulimentada y oscura de Primitivo podía confundirse con el tono bronceado de un acervo de calderilla o montaña de cobre, de la cual iban saliendo columnitas, columnitas que el mayordomo alineaba en correcta formación.... Perucho se quedó deslumbrado ante tan fabulosa riqueza. ¡Allí estaban sus dos cuartos! ¡Menuda pepita de aquel gran criadero de metal!
Seguían pasando en dirección opuesta los trenes militares. En la estación de Burdeos, la muchedumbre civil, pugnando por salir ó por asaltar nuevos vagones, se confundía con las tropas. Sonaban incesantemente las trompetas para reunir á los soldados. Muchos eran hombres de color, tiradores indígenas con amplios calzones grises y un gorro rojo sobre el rostro negro ó bronceado.
Don Diego la miraba con complacencia cuando estrechaba entre sus brazos a aquel pequeño gnomo bronceado. Y se regocijaba al observar que la mueca hereditaria de los Villanera no daba miedo a su mujer. Todas las noches, a las nueve, los señores y los criados se reunían en el salón para rezar en común. La vieja condesa se mostraba muy apegada a esta costumbre religiosa y aristocrática.
Vi presentarse luego en la ventana abierta un enorme perro de Terranova, que puso sobre la barra de apoyo su hocico leonino entre sus dos velludas patas: un instante después apareció una joven de elevada estatura y seria fisonomía, cuyo rostro, un poco bronceado, estaba rodeado de una masa espesa de cabellos negros y lustrosos.
Palabra del Dia
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