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Actualizado: 18 de julio de 2025


En este ataque de toro furioso quedó detenido por un simple contacto en la frente, un diminuto círculo metálico, una especie de dedal helado que se apoyaba en su piel. Miró... Era un pequeño revólver, un juguete mortífero de relumbrante níquel. Había aparecido en la mano de Freya saliendo del secreto de sus ropas, ó tal vez de aquel bolso de oro cuyo contenido parecía inagotable.

Afirmo dijo Lacour que al encontrar en la calle uno de estos atados lo habría creído procedente del bolso de una dama ó un olvido de dependiente de perfumería... todo, menos un explosivo. ¡Y con esto, que parece fabricado para los labios, puede volarse un edificio!... Siguieron su camino. En lo más alto de la montaña vieron un torreón algo desmoronado. Era el puesto más peligroso.

Y ella sonreía, hablaba con todos familiarmente, echaba mano a cada instante al bolso de piel de Rusia que colgaba de su diestra y, como una nube de moscas, agitábanse en torno de ella, tullidos, ciegos y mancos, avisados de la generosidad de aquella señora que daba la calderilla a puñados.

Debo recitar al mismo tiempo una oración en italiano, una súplica muy bonita á los tres reyes, casi una romanza, que dice... que dice... No pudiendo acordarse, abrió su bolso de mano. En el monedero guardaba la plegaria, escrita con lápiz detrás de un cartón del Casino de los que sirven para anotar las jugadas.

Pero junto con la mano colgaba otro fetiche de oro, de forma tan inesperada, tan inaudita, que Miguel desechó como inverosímil lo que había pasado ante sus ojos en rápida visión. Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. «¡No, no!» Y cerró el bolso con tanta rapidez, que casi le pilló los dedos entre las valvas de plata.

Notaba en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones.

Salió una mano por la reja, y tomó la bolsa. Ahora, ábreme dijo don Pedro. ¡Ah, no! ¡no, señor! exclamó vivamente Esperanza. ¡Ya, ya te entiendo! ¿Te parece poco el diamante y el bolso, ó temes que pueden ser falsos? No; no, señor, es que soy una doncella honrada. Oye, acaban de dar las ánimas; desde aquí á las doce de la noche van cuatro horas; ¿puedes bajar á las doce á esta reja?

El marino sintió la inquietud nerviosa que infunde una situación ridícula. Ferragut, pague y vámonos dijo ella, adivinando su estado. Mientras Ulises daba dinero á los camareros y los músicos, ella se limpió los ojos y reparó los estragos de su fisonomía sacando del bolso de oro la borla de polvos y un pequeño espejo, en cuyo óvalo se contempló largamente.

Eran hembras que podían ir solas por el mundo, sintiéndose capaces de interrumpir los arrebatos de pasión con golpes de boxeo. Algunas había visto él en sus viajes que llevaban en el manguito, o en el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pañuelo, un diminuto y niquelado revólver. Miss Mary le hablaba del lejano archipiélago oceánico en el que su padre era algo así como un virrey.

Se pone su capa y se da unos pocos polvos en la nariz y en las mejillas, en tanto que el querido maestro restablece la buena disposición de su peinado. Breve silencio. Jessy se toca nuevamente con su sombrero; luego, algo turbada, registra en su bolso y saca dos billetes de cien francos, que alarga a su profesor. JESSY. ¡Caramba...! ¡Es el precio del abono... para la lección...!

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