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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Las olas, enormes, amarillas, venían de tres o cuatro partes diferentes y se rompían en un torbellino de espumas. En este momento, Larragoyen, quitándose la boina, dijo: Un padrenuestro por el primero de nosotros que se ahogue. Confieso que la cosa me hizo muy mal efecto. Rezaron todos; yo miraba a lo lejos.
Después pensó dejar un recuerdo alegre y divertido en la cárcel. Cogió la cantarilla del agua y le puso su boina y la dejó envuelta en el trozo que quedaba de manta. Cuando se asome el carcelero podrá creer que sigo aquí durmiendo. Si gano con esto un par de horas, me pueden servir admirablemente para escaparme.
Un hombre de larga barba ensortijada y canosa, fumaba sentado ante una casucha que era la peor del barrio. Tenía los ojos casi ocultos bajo las cejas y un gesto de desdén contraía á cada momento su cara negruzca. Al ver al médico no se llevó la mano á la boina ni abandonó su inmovilidad de fakir, como si estuviera abstraído en la contemplación de la miseria que le rodeaba.
No muy lejos vio a un viejo trabajador con blusa azul, boina raída y alpargatas, que venía corriendo, perseguido de un joven que, a juzgar por las mangas postizas de tartán sujetas al codo y su cabeza peinada y relamida, que llevaba descubierta, debía de ser dependiente de alguna tienda de comestibles.
Maltrana le había sorprendido muchas veces con sus ropas de faena, un traje de pana manchado de barro, las abarcas y las polainas mojadas, y la boina con raspas secas y espinas de selvática vegetación. Era un hombre pequeño, enjuto, de nerviosa agilidad y ademanes resueltos. Tenía su cuerpo un balanceo semejante al temblor de un muelle bien templado próximo a dispararse.
Cerca de la plaza, vió el médico que la gente se detenía ante una taberna, formando compacto grupo y mirando á lo alto. En un balcón cantaba un viejo, de tan elevada estatura, que su boina parecía tocar el alero. En la calle se había hecho espontáneamente un gran silencio, y el viejo, inmóvil y grave, seguía su canturria con cierta seriedad sacerdotal.
Un pañuelito rojo cubría el cuello de sus blusas, y por debajo de la boina asomaban los rulos de su peinado chulesco. Al agitarse en torno de Isidro, envolviéronle en una espiral de almizcle, perfume barato del que se habían impregnado las vírgenes de la busca para mayor esplendor de la fiesta.
Cuando iba a la escuela con su carita sonrosada, un traje gris y una boina roja en la cabeza rubia, todas las mujeres del pueblo la acariciaban, las demás chicas querían siempre andar con ella y decían que, a pesar de su posición privilegiada, no era nada orgullosa. Una de sus amigas era Ignacita, la hermana de Martín.
Ya era hora de que Bilbao se levantase contra aquel enemigo que se deslizaba en sus entrañas, después que lo había derrotado por dos veces ante sus improvisadas trincheras, cuando se cubría con la boina blanca. En esto llevas razón, Luis dijo el capitán enardeciéndose. Si me voy, es porque no puedo aguantar lo que se ve en esas calles.
Los ojos pequeños, la nariz agarbanzada y la desabrida sonrisa del capellán apenas se abrían paso por tan enmarañado bosque de pelos. La boina blanca caída de un lado parecía impedir con su peso que el cabello, no menos áspero que la barba, tomase la dirección del techo, como un escobillón que se cree ciprés.
Palabra del Dia
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