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Don Luis, un momento... Era el Barbas, que había abandonado su inmovilidad de fakir para detener al doctor. ¿Qué hay, compañero? Usted, que es bueno, quiero que se entere, ya que sube por aquí, de lo que hacen esos ladrones. Y le mostraba con gesto trágico su casucha. Como Aresti no parecía comprenderse, el Barbas le mostró la parte superior de su barraca falta de techumbre.

Quiso arrancarse Fernando este paladeo de recuerdos melancólicos. «¡A escribirNecesitaba terminar la carta, pues al amanecer del día siguiente llegarían a puerto... Pero la música le retuvo, paralizando su voluntad con la vibración de algo conocido. ¿Qué cantaba el violoncelo?... Vio de pronto, como trazada en el aire por los sones graves de dicho instrumento, la varonil figura de Wolfram de Eschembach, el noble trovador consejero de Tannhauser el maldito, y su imaginación puso palabras al canto melancólico de las cuerdas. «¡Oh , mi dulce estrella de la tarde, que lanzas desde el fondo del cielo tu suave resplandor!...» El wagneriano canto le hizo recordar otra estrella aparecida en un momento doloroso de su existencia, y de nuevo olvidó el presente y quedó inmóvil en su asiento, como un cuerpo sin alma, como un fakir en rígida meditación, en torno del cual crecen las lianas y se enroscan las serpientes mientras su espíritu vive a miles de leguas.

Al cabo de tantos años de matrimonio, su esposo que la había sufrido con resignacion de fakir sometiéndose á todas sus imposiciones, tuvo un aciago día el fatal cuarto de hora, y le administró una soberbia paliza con su muleta de cojo.

Un hombre de larga barba ensortijada y canosa, fumaba sentado ante una casucha que era la peor del barrio. Tenía los ojos casi ocultos bajo las cejas y un gesto de desdén contraía á cada momento su cara negruzca. Al ver al médico no se llevó la mano á la boina ni abandonó su inmovilidad de fakir, como si estuviera abstraído en la contemplación de la miseria que le rodeaba.

Guiado por Tiburcio e introducido en la estancia de Morsamor, no tardó en aparecer ante sus ojos el sabio Narada bajo el desarrapado traje de fakir o penitente vagabundo, a través de cuyo desaliño y de cuyos miserables harapos, resplandecían la majestad del noble e inteligente anciano, la despejada tersura de su frente y la limpia nitidez de su blanca y luenga barba.