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Actualizado: 23 de junio de 2025
De todos modos, era innegable y notorio que el Barón había poseído bastantes bienes de fortuna que en su mocedad había disipado; que hacía treinta o cuarenta años había figurado como joven muy gallardo e interesante, conquistador de no pocos corazones femeninos, y que por su nacimiento y familia bien se podía jactar de ser muy ilustre.
Nuestra fragata tenía las velas con más agujeros que capa vieja, los cabos rotos, cinco pies de agua en bodega, el palo de mesana tendido, tres balazos a flor de agua y bastantes muertos y heridos.
Si lo es, vendrá de la provincia de Palencia, que es donde ponen los nombres más estrambóticos. No, señora; no es nombre cristiano. Pero se conoce que el cura que me bautizó no se había enterado. Si a mí me canonizan, entonces habrá un San Eurípides: el primero. ¡Qué chistosísimo! Pues ya tiene usted bastantes nombres, gracias a Dios.
En la iglesia, vacía y desnuda, todavía quedaban bastantes restos de magnificencia para poder graduar toda la que se había perdido. Aquel dorado altar mayor, tan brillante cuando reflejaba la luz de los cirios que encendía la devoción de los fieles, estaba empañado por el polvo del olvido.
Ni el orgullo, que creía rebajado por la persona que hacía el favor, ni la contrariedad de ver ofendida a esa misma persona, eran motivos bastantes a justificar su mal humor.
Debajo de aquella frente alta y pura de estatua helénica batallaban la duda, el temor, la esperanza, el despecho. Escrutó con ansia su pasado, recordó algunas insinuaciones malévolas, bastantes palabras sueltas, muchas sonrisas que á ella le indignaban más aún que las palabras. ¡Virgen María! ¿sería cierto aquello?
Por esto último, digo a usted con franqueza, sin creer que en ello la ofendo, que tengo hoy bastantes bienes. De lo que poseo podrá informar a usted circunstanciadamente su cuñado y amigo mío don Braulio. »En cuanto a mi persona, usted me conoce y decidirá. Sé que no la merezco a usted; pero el amor me hace atrevido, y de él imploro que me preste los merecimientos que me faltan.
El temperamento de Octavio guardaba bastantes afinidades con el suyo, lo cual le traía desesperado. D. Baltasar hubiera dado cualquier cosa por que su hijo fuese un lagarto que se perdiera de vista, un truchimán capaz de enredar con sus artimañas á todo el concejo. Pero desgraciadamente no era así ó, por mejor decir, era todo lo contrario. «Este chico, decía, me da á mí quince y raya.
Haré merced a mis lectores de las más de mis meditaciones; no hay periódicos bastantes en Madrid, acaso no hay lectores bastantes tampoco. ¡Dichoso el que tiene oficina, dichoso el empleado, aún sin sueldo o sin cobrarlo, que es lo mismo; al menos no está obligado a pensar; puede fumar, puede leer la Gaceta!
La situacion que debe darse á los pueblos es punto sustancial, porque si se pusiesen en los intermedios de los fuertes y fortines, serian víctimas del furor de los indios, á no ser que se precaviesen con estacadas ó foso, ó con un muro de adobes ó tapia. Todo eso seria, á mi ver, gastar inútilmente, sin que yo entienda la ventaja de tal disposicion. Para mi es muy claro que de los blandengues debe esperarse la poblacion de las pampas; no solo porque las defienden y aseguran como soldados, si no tambien porque son pobladores natos y seguros, y lo será su descendencia, dándoles tierras y sitios, y porque su plata es la que ha de vivificar y fomentar á los paisanos. Esto indica lo que conviene hacer, y es, fundar seis villas, situándolas detras y pegadas á los fuertes, de modo que la estacada de estos, opuesta á la que mira á la campaña, sea el frente del S de la plaza. Por supuesto que las calles han de ser arregladas, y que se han de destinar sitios para iglesia, casa de Cabildo, &c. En esta disposicion no necesitarán las villas, muros, estacadas ni foso, porque estando pegadas al fuerte y custodiadas con 75 blandengues, nada habrá que temer. La experiencia confirma este mismo, pues cada fuerte tiene hoy una multitud de casas que le rodean por detras y los dos costados, habitadas por 800 ó 1,000 almas, blandengues y paisanos, que viven tranquilamente, sin otro resguardo que el amparo del fuerte, y no hay egemplar de desgracia. Aun en los fortines se ven bastantes ranchos: en la misma forma, uniendo las villas
Palabra del Dia
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