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Actualizado: 21 de junio de 2025
Nos enseñabas a atajar las balas, y a conseguir el triunfo en las derrotas, al corazón cobarde diste alas, llenando las trincheras de patriotas. Luchando te mató bala asesina, y, al caer, no lograron los tiranos, arrancarte la enseña filipina de las sangrientas y crispadas manos.
El doctor Lorquin se disponía a extraer la bala de la herida de Baumgarten, el cual daba terribles gritos. Pelsly, en el portal de la casa, temblaba de pies a cabeza. Juan Claudio le pidió papel y tinta para transmitir las órdenes a las demás posiciones de la sierra; y era tan grande la turbación del pobre anabaptista, que a duras penas pudo dárselos.
Allí, frío y sin pulso, con un revólver a su lado y una bala en el corazón, yacía bajo la nieve el que a la vez había sido el más fuerte y el más débil de los expulsados de Poker-Flat, cosas ambas que se leían todavía a través del rostro apacible pero enérgico del jugador. Todo el día había corrido en diligencia y me sentía atontado por el traqueteo y molestias de tan pesado viaje.
Al llegar aquí, el golpe de un peso que cayó, chocando con mi rodilla, me hizo levantar la vista de la carta. El soldado que formaba junto a mí, herido mortalmente por una bala perdida, había rodado al suelo. En aquel intervalo vi hacia el frente, envueltas en espeso humo, las columnas francesas que venían a atacar el centro. Pero mi ánimo no estaba para fijar la atención en aquello.
Los sentidos voy perdiendo Y el alma se va turbando. Confuso, por Dios, estoy; Llego, ¿qué es esto, señora? MAYOR. ¡Oh, qué desdichada hora! ¡Válgame Dios, muerta estoy! DON JACINTO. Desmayóse; ¿qué procuro Saber ya más en mi ofensa? Derribe esta bala inmensa De mi honor el fuerte muro Si culpada no estuviera, Aquí no se desmayara; Ella su disculpa hallara; Y si es ya justo, que muera.
Tomé bien la puntería con una de las piezas, dirigiendo la mira a la cabeza del primer soldado... ¿Comprende usted?... Como la línea era tan perfecta, disparé, y ¡zas!, la bala se llevó ciento cuarenta y dos cabezas, y no cayeron más porque el extremo de la línea se movió un poco.
Comprendiendo que la destreza había de suplir a la fuerza, economizaba los tiros, y lo fiaba todo a la buena puntería, consiguiendo así que cada bala hiciera un estrago positivo en los enemigos. A todo atendía, todo lo disponía, y la metralla y las balas corrían sobre su cabeza, sin que ni una sola vez se inmutara.
Ella le contempló con desaliento, como si se quejase, haciéndolo responsable de su desgracia. «¿Por qué me has abandonado?» El príncipe huyó: le hacía daño verla con aquel aspecto humilde y rabioso de cordero en peligro, que bala de pena y se defiende. Al anochecer volvió al Casino. Aún había quien se ocupaba de la duquesa, pero en voz baja, con ademanes tristes, como si hablase de un moribundo.
Como su carácter era algo arrebatado y su genio vivo, daba las órdenes gritando y con tanto coraje, que si no las obedeciéramos porque era nuestro deber, las hubiéramos obedecido por miedo... Pero al fin todo se acabó de repente, cuando una bala de medio calibre le cogió la cabeza, dejándole muerto en el acto. »Con esto concluyó el entusiasmo, si no la lucha.
Porque lo garanticé desde el principio como si hubiéramos hablado de esto y tuviera autoridad de usted para su oferta. ¿No me la da su vida y nuestra amistad? Le saluda la casa y quiero que me quiera por haber tenido esta certeza de usted, no en la hora de la gloria, sino en la del sacrificio. Yo voy a morir, si es que en mí queda ya mucho de vivo. Me matarán de bala, o de maldades.
Palabra del Dia
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