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Ya no existes, pobre hijo mío... Una bala traidora ha agujereado tu pecho, y cuando empezabas a vivir, cuando todo el mundo te sonreía y tu madre vivía pendiente de tu sonrisa, tan noble, tan hermoso, tan valiente, ya no eres más que ceniza... Dios que estás en los cielos, ¿por qué me dejas vivir sin mi Nanín...? La voz de la marquesa sollozaba al pronunciar estas palabras.

Pasaron adelante en busca de los que habian hecho aquel entierro, creyendo dar luego con ellos, y juntamente con tierra habitable; mas, aunque caminaron otras tres leguas, no hallaron rastro y se les acabó el bastimento. Quisieron los soldados cazar patos en las lagunas que se encontraban, y como era con bala, no mataban nada.

Pueden fallar los tiros, y entonces el alma se impacienta; suele suceder que la bala no toma la dirección conveniente y queda la bestia a medio matar con medio cuerpo muerto y medio cuerpo vivo. Por eso yo te traigo aquí los medios tóxicos, que son callados y seguros».

La casualidad hizo también que el padre se apercibiese de los amores de su hija con un extranjero, y... ya os lo he dicho: una bala fue a hospedarse en la cabeza de mi doméstico, que puesto en la calle por su matador, apenas tuvo tiempo para declarar... que después de haberle herido... el padre había extrangulado a su hija. Este drama me impresionó fuertemente, y escapé.

Y aun en esta segunda navegación fué con sus compañeros apresado de los ingleses, que disparando una bala de artillería para pedir bandera, dió el golpe muy cerca del lugar donde venía el P. Blende, que con los demás se prevenía para la muerte, caso que se llegase á rompimiento, para que á toda priesa se prevenían las armas; y aun en este caso, en que turbados todos con el peligro de muerte, andaban en continuo susto y sobresalto, él, con una serenidad de rostro angelical, después de haber echado á todos los Jesuitas y otras personas de su posición, hombres y mujeres, que se habían refugiado á la Cámara de Santa Bárbara, la absolución general, se puso muy despacio á oir las confesiones de algunos que se pudieron confesar.

El primero que caía era mi señor hermano, por ladronazo y sin entrañas; ¡qué bala más bien puesta y más merecida! luego mi sobrino Jacintito, por botarate y sinvergüenza, y ese portugués, que se me figura un lagartón de marca mayor. ¡Y tantos otros! a éste quiero, a éste no quiero ¡zás! ¡zás! ¡zás! ¡Qué limpia más necesaria y más útil!

Buscó en una bolsa otros cartuchos e introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos. Eran con bala. ¡Caza mayor!... Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría. Al pasar cerca de Can Mallorquí, el perro salió a su encuentro con ladridos de regocijo.

Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dejó al descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y otro en la espalda... Bueno: la bala le había atravesado el cuerpo; no habría que extraerla, y esto llevaban adelantado.

Vió por encima de ella todo el cuerpo de su adversario, guerrero obscuro, condenado á morir más ó menos pronto á causa de las heridas recibidas por una tierra que no era la suya y por una causa que era la de todos los hombres. ¡Tres! dijo el coronel. Pero antes de que terminase esta palabra sonó un tiro. La hierba del suelo se agitó en ondas que se alejaron bajo el rebote de la bala invisible.

Nuestro planeta no sólo gira sobre mismo, sino que al mismo tiempo circula en torno del Sol a razón de cien mil kilómetros por hora. Cada segundo recorremos treinta mil metros. Jamás inventarán los hombres una bala de cañón tan rápida.