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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Macperson, á pesar de su embriaguez, reconoció que la proposición era absurda. Aquel mestizo se había vuelto loco, y en su soberbia confianza hasta parecía burlarse de él. Tiene usted miedo de tirar, y hace bien. La bala rebotará sobre mi pecho y puede herirle á usted. Coloqúese de modo que no le alcance.
¡Ni más ni menos...! Es posible que fuera por asustarme nada más, porque la bala quedó incrustada en el techo... pero de todos modos... ¡Ya lo creo que de todos modos! En fin, decidí escaparme. Realicé a la callandita casi todo mi dinero y lo envié en letras a Europa.
Bajo y robusto uno de ellos, con una cabeza redonda como bala de cañón, áspero bigote gris y pequeños ojos azules. El otro era joven, esbelto, de mediana estatura, moreno y de distinguido porte. Desde luego me pareció el primero un veterano y el otro un joven noble, pero también soldado. Más tarde tuve ocasión de ver confirmado mi juicio.
Y en la veloz carrera Flameaba la bandera Del ínclito Escuadron, Y al ver la artillería Su gefe le decía: «Soldados, al cañon!» Mas ¡ay! bala traidora De pronto silvadora Su pecho traspasó; Y con ferrea pujanza Apretando la lanza Moribundo cayó. Alzando la cabeza Repite con firmeza: «Avance el Escuadron! «Este es mi adios postrero... «Yo por la patria muero... «Soldados, al cañon!»
Era ya un maestro. Cuando apuntaba al monigote dibujado en el muro, lamentábase de que no fuese un hombre, un enemigo odiado al que necesitase exterminar. Esta bala iba al corazón. ¡Pum! Y sonreía satisfecho al ver marcarse el agujero del proyectil en el mismo lugar a que había apuntado.
Su enemigo, le esperó serenamente hasta una distancia de quince pasos. Y ya con la seguridad de volcarle, porque era un tirador consumado, disparó. La bala rozó la mejilla del joven, levantándole la piel y haciéndole sangre. Detúvose un instante, y siguió avanzando. Los padrinos empalidecieron terriblemente.
Una bala había llevado a Medio-hombre la punta de su pierna de palo, lo cual le hacía decir: «Si llego a traer la de carne y hueso...» Dos marinos muertos yacían a su lado; un tercero, gravemente herido, se esforzaba en seguir sirviendo la pieza. «Compadre le dijo Marcial , ya tú no puedes ni encender una colilla».
No encontrando a mi amo por ninguna parte, y temiendo que corriera algún peligro, bajé a la primera batería y le hallé ocupado en apuntar un cañón. Su mano trémula había recogido el botafuego de las de un marinero herido, y con la debilitada vista de su ojo derecho, buscaba el infeliz el punto a donde quería mandar la bala.
Miguelillo, eres una bala perdida; has dado muchos disgustos á tu familia, pero siempre he pensado que tienes buena entraña: así lo he dicho á tu hermana cuando ha venido al caso. Lo que te está haciendo falta es alguien que te abra los ojos.
Agité la mano en señal de despedida, pero la bajé inmediatamente dando un grito, porque una bala me había alcanzado en un dedo. Sarto se volvió hacia mí y sonó otro disparo, pero como sólo tenían revólvers pronto nos pusimos fuera de tiro. Entonces Sarto se echó a reír. Uno yo y dos usted dijo. No lo hemos hecho mal y el pobre José tendrá compañía.
Palabra del Dia
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