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Actualizado: 23 de julio de 2025
Una mañana, estando de servicio en el Mercado, don Morales se tropezó con cierto gringo corpulento, forzudo y rojo, al que había conocido años antes en el Paraguay. ¡Don Macperson!... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo le va?... Se abrazaron. El policía lo despreciaba, como á todos los extranjeros, pero al mismo tiempo sentía por él una gran admiración.
Esta carne líquida le hacía sonreír de lástima. ¡Habiendo whisky en la tierra!... Morales vaciló mirando su propio uniforme. Era una autoridad, y sólo podía entrar en las tabernas para imponer respeto. Pero luego se enterneció mirando al gringo. ¡Un viejo compañero!... Oiga, don Macperson, ¿si fuésemos á tomar una copa?...
Macperson, á pesar de su embriaguez, reconoció que la proposición era absurda. Aquel mestizo se había vuelto loco, y en su soberbia confianza hasta parecía burlarse de él. Tiene usted miedo de tirar, y hace bien. La bala rebotará sobre mi pecho y puede herirle á usted. Coloqúese de modo que no le alcance.
¡Famoso Morales!... ¡Encontrármelo hecho un héroe!... ¡Este don Macperson! ¿Por qué lo querré tanto?... Y se estrecharon las manos por encima del tarro de ginebra, que empezaba á estar casi vacío. Pero ya no se miraban lo mismo que antes. Detrás de sus pupilas persistía el mal recuerdo del pasado. El policía mostraba empeño en que le admirase el otro.
Palabra del Dia
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