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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Cuando Materne, sus hijos y Rochart atravesaban el obscuro pasillo alumbrado por la luz de una linterna, oyeron a la izquierda un grito que les heló la sangre en las venas, y el leñador, medio muerto, exclamó: ¿Por qué me traéis aquí? No quiero, no... No consentiré que me hagan nada. Abre la puerta, Frantz dijo Materne con la frente cubierta de un sudor frío ; ¡abre pronto!

Las damas saltaban ligeramente de los coches, atravesaban el gran portal, subían la escalera alfombrada y perdíanse, con aire de conspiradoras, en aquel ancho salón del teatro, famoso en otro tiempo por haber representado en él don Ventura de la Vega El hombre de mundo y dirigido Bretón de los Herreros en persona los ensayos de El pelo de la dehesa.

Niños y mujeres del pueblo pasaban también, cargados de coronas fúnebres baratas, de cirios flacos y otros adornos de sepultura. De vez en cuando un lacayo de librea, un mozo de cordel atravesaban la plaza abrumados por el peso de colosal corona de siemprevivas, de blandones como columnas, y catafalcos portátiles.

Las hormigas removían el suelo, elevaban pirámides junto al túnel de su vivienda, y en negros rosarios atravesaban los andenes, realizando bajo la hierba obscuras epopeyas de combates, conquistas y trabajos hercúleos. De ciprés en ciprés aleteaban pájaros negros, rasgando el silencio con su silbido.

Y paseando sus ojos con admiración y arrobo por la campiña exclamó con acento recogido: ¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso está esto! ¡Qué deliciosa naturaleza! Atravesaban en aquel instante por un extenso sembrado. Los trigos comenzaban a amarillear. Soplaba sobre ellos la brisa fresca del Norte que pasaba estremeciéndolos con leve, fugaz escalofrío, inclinándolos suavemente bajo la llama del sol.

En fin, cuatro días después Silas y Eppie, vestidos con sus ropas del domingo y con un lío envuelto en un pañuelo de tela azul, atravesaban las calles de una gran ciudad manufacturera.

Gabriel se mantenía cerca de la puerta, sabiendo que por ella entraban los que vivían en el claustro alto. Atravesaban el arco del Arzobispo, y siguiendo la escalera abierta en el palacio, bajaban a la calle, entrando en la catedral por la puerta del Mollete. Luna, que conocía toda la historia del famoso templo, recordaba el origen del nombre de la puerta.

En la esquina de la calle del Tribulete despidieron el coche; los chicos sin vacilar fueron derechos a la puerta de una casa vieja y sucia; el mayor se volvió de espaldas y dio con los tacones de sus zapatos rotos algunos golpes; al poco rato abrió una vieja, que dejó escapar al verlos un gruñido nada pacífico; pero su mal humor se convirtió en sorpresa al observar que Hojeda y Miguel atravesaban el portal y seguían a los muchachos; éstos subían decididos la escalera, como hormigas que entran en su guarida; Miguel sacó un fósforo, porque la vieja portera se había retirado con la luz.

Este le informó, mientras llegaban a la puerta del parque y lo atravesaban, de los últimos sucesos de su vida. Se había casado, en efecto, en México con una viuda que ya tenía dos hijos bien crecidos, casi hombres. La madre tenía muy mimados a sus chicos y les dejaba gastar cuanto querían. Como no tenía mucho dinero que darles, se empeñaba en que él subvencionase a sus vicios. Naturalmente, yo...

En los pueblos, cada púlpito era una tribuna; cada sacerdote, un orador que, poseído de santa indignación, se olvidaba de alabar a Dios por señalar a sus enemigos con el dedo; recordábanse en las tertulias hazañas de la otra guerra, narradas con carácter de leyenda, y de continuo atravesaban el país viajeros que, deteniéndose a guisa de emisarios en los caseríos, repetían palabras que eran consignas, o frases de esperanza en el alzamiento, ya cercano.

Palabra del Dia

aprietes

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