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Actualizado: 8 de octubre de 2025


La expedicion de los diez mil Griegos que cuenta Xenofonte, fué de las mayores que celebra la antigüedad, pero siempre los Griegos llevaban por fin llegar á su patria, y parte con armas atravesaban Provincias, y naciones estrañas: pero los Catalanes solo tenian por fin de aquel viaje, no el descanso de su patria sino la expugnacion de una Ciudad grande y fuerte, que resolvieron de acometer antes de salir de Galípoli, y que el fin de una fatiga y peligro grande fuese el principio de otro mayor.

Los romeros se agrupaban ante la iglesia, y la masa popular aglomerábase en las aceras, dejando la plaza limpia de gente. De vez en cuando la atravesaban algunos hombres, llevando en sus brazos un herido. Las piedras arrojadas por los grupos chocaban en la fachada de San Nicolás. Desde las dos torrecillas de la iglesia les contestaban á tiros.

Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. Así, los que se dirigían al Cabo de Buena Esperanza, al llegar a las islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y al viento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.

La suave corriente sin rumor arrastraba enormes troncos de árboles, que avanzaban en silencio, mecidos por el imperceptible oleaje, atravesaban rápidamente la faja luminosa, sobre la placa del río e iban a perderse de nuevo en la oscuridad, viajeros errantes que nos precedían en la ruta.

La imagen del gran muerto parecía presenciar todos los arrebatos de aquel amor, mezcla de pasión carnal y misticismo artístico: sus ojos azules, sumidos en la inmensidad, atravesaban los muros de la casita de los alrededores de Munich, donde se arrullaban pensando en él, el discípulo y la entusiasta devota.

¿En dónde pasa la acción de esta verídica historia? En cualquier sitio delicioso de cualquiera provincia de España. En todas ellas hubo docenas de docenas de conventos, cuyos piadosos moradores atravesaban este valle de lágrimas sostenidos por su fe y por los copiosos tragos y valientes tajadas con que procuraban conservarse robustos para entrar con pie firme en la mansión de los bienaventurados.

En Villaverde, lo mismo que en Pluviosilla, esos crepúsculos de fuego son anuncio seguro de caluroso día; anuncia el «sur», el viento abrasador que caldea la atmósfera y calcina la tierra. Llegaban hasta las voces de los transeuntes que atravesaban la Alameda, o iban a lo largo del ancho camino carretero orillado de fresnos.

Y cuenta que ambos chismes podrían ser igualmente necesarios, porque el astro diurno, encapotado por nubarrones que amenazaban chubasquina, despedía claridad lívida y sorda, y a veces por la ahogada calma de la atmósfera atravesaban soplos de aire encendido, bocanadas de solano que amagaban tempestad.

Al perderla de vista no cayó la pobre aldeana exánime sobre las losas del Muelle, porque Dios ha dado á estas criaturas una fuerza y una fe tan grandes como sus infortunios.... Aquella misma tarde, á la caída del sol, atravesaban tío Nardo y su mujer la extensa sierra que conduce á su lugar. Mustios iban los dos y cabizbajos, el uno en pos del otro. Pensaban en Andrés.

A las seis y media de aquella misma tarde no se veía un solo carruaje en el Retiro ni en el Parque, y centenares de ellos, por el contrario, atravesaban al trote largo el Paseo de Recoletos, atestado ya de gente, y seguían en confuso remolino hacia la Fuente Castellana.

Palabra del Dia

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