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Actualizado: 16 de junio de 2025


Asistía a todos los servicios religiosos fúnebres, distribuía velas, las recogía luego, y si alguien se olvidaba de apagar la suya, se acercaba y la apagaba él, soplando muy solícito. El muerto le inspiraba una gran curiosidad. De media en media hora entraba en la cámara mortuoria para mirarle, ajustaba sobre el cadáver el lienzo que lo cubría y le arreglaba la levita.

Papá, siempre a caballo, recorría como un montaraz los campos y los bosques, no asistía regularmente a las comidas y para ninguna de nosotras tenía una buena palabra. Mamá, nuestra bonachona mamá, tejía sentada en su rincón y de cuando en cuando enjugaba sus lágrimas, echando en su derredor miradas inquietas para ver si nadie lo había notado. ¡Ah, , aquella fue una época bien triste!

Durante la comida, á la cual asistía el señor de Bevallan, habló de nuestra excursión; como para quitarle todo misterio, lanzó de pasada algunas zumbas á propósito de los amantes de la Naturaleza, y terminó contando la mal aventura de Mervyn, pero suprimió de este último episodio toda la parte que me concernía.

Por otra parte se veian tambien hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban á lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacian crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacia los derechos que adeudaba, se le prendia cuando asistia á la doctrina y á la explicacion del evangelio, y llegaba á tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteniéndolos hasta que se verificaba la entera satisfaccion de la deuda, que regularmente se la habia hecho contraer por fuerza el mismo párroco.

No había más remedio que caminar por Sevilla con la lengua fuera, si no quería incurrir en el desagrado de aquel enano autoritario, que lo expresaba en frases corteses, , pero firmes y severas. Invariable, infaliblemente, D. Oscar iba a misa de ocho a San Alberto con doña Tula todos los días. Gloria les acompañaba unas veces y otras no. Cuando lo hacía, se iba lo menos veinte a treinta pasos delante. El bendito señor no asistía a ningún café, ni iba jamás al teatro, ni salía a paseo. Sus horas de recreo, que tenía tan bien clasificadas como las de trabajo, las invertía en jugar a las damas con D.ª Tula.

El príncipe, si no asistía á un concierto, se quedaba con Novoa y el coronel en una loggia del piso alto, contemplando el mar. La guerra había poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales era un mar desierto y monótono, sin otros incidentes que el revuelo de las gaviotas, los espumosos saltos de los delfines y algún que otro trapo de barca pescadora.

Una noche era, si mal no recuerdo, a fines del año 1831, bailaba la señorita Taglioni. Asistía una inmensa concurrencia. Yo había ido a reunirme a unos amigos que me habían citado, pero que, encontrándose ya demasiado estrechos, no podían proporcionarme asiento. No obstante, levantose un joven y me ofreció el suyo.

Pierrepont de pie, inmóvil, mudo, asistía en la penumbra del palco a esta breve escena. Por fin, decidióse a ir al encuentro de la vizcondesa que permanecía en el saloncito; la interesante dama se había sentado en un diván y respiraba con dificultad cual si una mano de gigante le oprimiera el corazón.

Su esposa daba fiestas y asistía á todas las más famosas de París; ocupaban en la avenida Henri Martin el segundo piso de una casa elegante; frente á su puerta esperaba un hermoso automóvil; tenían cinco criados... No llegaba á explicarse en virtud de qué leyes misteriosas y equilibrios inconcebibles podían mantener él y su mujer este lujo, contrayendo todos los días nuevas deudas y necesitando cada vez más dinero para el sostenimiento de su costosa existencia.

A la bendita y honesta cena de esta excelente familia no asistía nunca, desde muchos años, el señorito Melchor, que cenaba con sus amigos. Lejos de censurar esto, D.ª Laura hallaba natural que su hijo, escogido entre los escogidos, no se sentase a la vulgar mesa de sus padres. Mejor papel haría en otra parte. Ya Melchor se rozaba con literatos, diputados, artistas y empleados de cierta categoría.

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