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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Don Bernardino, sin más trámite, fulminó el rayo de su excomunión sobre el culpable: lo sabía todo, todo, con puntos y comas, de pe a pa; míster Robert acababa de descubrirle la verdad y de notificarle la gravísima resolución adoptada: liquidar una casa que tanto había costado formar, y con un pasivo escandaloso. ¿No tenía vergüenza? ¿no le remordía la conciencia de haber arruinado a aquel pobre hombre? ¿con qué pensaba pagar los doscientos mil nacionales del pasivo y los cincuenta mil que adeudaba a Rocchio?
Yo trabajaré si es preciso. Pero también a él le aguardaba otra sorpresa por boca de su cuñado, hombre de orden que hacía algún tiempo deseaba rendirle cuentas. Varias hipotecas pesaban sobre sus bienes desde la época en que Fernando llevaba una vida alegre, y a esto había que añadir las fuertes cantidades que adeudaba a la familia. Los viajes con Teri habían devorado mucho dinero. Ojeda quedó perplejo, como si despertase ante el montón de papeles que le presentaba el ingeniero, y lo repelió con gesto de gran señor. Nada adelantaba con examinarlos; lo que decía su cuñado debía ser cierto. El pobre hombre se excusó con humildad. Había tardado en hablar, por miedo a que Fernando se disgustase; él estaba dispuesto a todos los sacrificios; pero tenía dos hijos, Lola andaba en trámites para darle el tercero, y temía sus protestas de mujer ordenada y económica que no quiere dejarse arruinar por un hermano. El ingeniero tenía un proyecto... ¿Por qué no se casaba con una mujer rica? ¡Con su figura y su nombre! ¡Un Ojeda!...
La mesa en que el estudiante escribía entró en la casa de la misma manera, y la vajilla buena que se usaba en ciertos días fue adquirida por la quinta parte de su valor, en pago de un pico que adeudaba una amiga íntima. Doña Silvia había hecho el negocio, que doña Lupe no se atreviera a tanto.
En cuanto salió de la cárcel se fue la prendera derecha a casa de D. Jeremías. El iracundo presbítero no quiso oírla, ni aun prometiéndole salir por fiadora de las cantidades que Godofredo adeudaba a él y a sus amigos. Juraba y perjuraba que había de llevarle a presidio y prometía ir a verle salir en la cuerda de presos con el mismo placer que si fuese a la misa del Papa.
Laridel se alzó de hombros, con la indiferencia de quien sabe que todo está perdido: se debía la luz eléctrica; los tramoyistas no habían cobrado sus jornales; á los artistas se les adeudaba cerca de dos meses... No importa dijo Bissón, yo me comprometo á conjurar esos obstáculos durante dos ó tres semanas, lo suficiente paria que mi obra se ensaye y se estrene.
La duquesa le había anunciado que su majestad la reina se dignaba recibirla, y a renglón seguido, como quien no quiere la cosa, habíale pedido prórroga para el pago de aquellos piquillos que hacía varios años le adeudaba. ¡Pues no faltaba más!... ¡Lo que usted quiera! había contestado la generosa acreedora.
Por otra parte se veian tambien hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban á lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacian crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacia los derechos que adeudaba, se le prendia cuando asistia á la doctrina y á la explicacion del evangelio, y llegaba á tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteniéndolos hasta que se verificaba la entera satisfaccion de la deuda, que regularmente se la habia hecho contraer por fuerza el mismo párroco.
Palabra del Dia
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