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Actualizado: 16 de junio de 2025
Tenía que asistir á sus clases: sólo le quedaban dos días libres. Desnoyers la escuchó estupefacto. ¿Sus clases?... ¿Qué estudios eran los suyos?... Ella pareció irritarse ante su gesto de burla... Sí; estaba estudiando; hacía una semana que asistía á clase. Ahora las lecciones iban á ser más continuas: se había organizado la enseñanza; los profesores eran más numerosos. Quiero ser enfermera.
Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos. Lo esencial era que nunca cantaban la gallina; morían porque debían morir, que el héroe muere siempre a la postre, y no a manos de otros héroes, sino por el vil puñal.
Mientras ellas se quejaban amargamente de los estragos que los años iban causando en su figura y su salud, pensaban que su hermano había detenido el curso de las horas, había hallado un elixir para mantenerse eternamente joven. Manuel Antonio era metódico en sus visitas. Había unas cuantas casas a las cuales asistía diariamente y siempre a la misma hora.
Asistía ordinariamente a la misma mesa del café, además de Moreno y D. Laureano, otro amigo llamado Miguel Rivera, viudo, antiguo periodista, secretario particular en la actualidad de un ministro, hombre de carácter festivo y alegre conversación cuando no abatía su espíritu el recuerdo de un terrible pesar que había experimentado.
Por las noches, abandonando a su amigo Rafael, asistía a la tertulia de las de Pajares; y no contento con las largas conversaciones que allí sostenía con su novia, todavía por las mañanas, a la hora en que Amparo estaba en el tocador, las criadas en el Mercado y la mamá en la cama, subía la escalera, y en el rellano, ante la puerta entreabierta de la habitación, hablaba más de una hora con Conchita, hasta que se levantaba doña Manuela y comenzaba el movimiento de la casa.
Una mujer de carácter excelente, tan notable por su solicitud como por su paciencia, le asistía, y un clérigo pacífico le acompañaba algunos ratos.
A Villa y al duque les caía en más gracia que a mí. Cierta noche le tropecé en el teatro. Hablamos en los entreactos y me citó para irnos a beber a la salida unas cañas. Gloria no asistía al teatro por ciertos miramientos bien comprensibles. Me encontraba libre, y acepté con gusto su oferta.
Asistía Julián a la velada, entretenido y contento, porque la alegría y el humor de los cazadores le disipaba las ideas congojosas de algunos días atrás, el miedo a la Sabia, a Primitivo, a los Pazos, los lúgubres presentimientos acrecentados por la comunicación de los terrores nerviosos de Nucha. Al cabo, tanto insistió don Eugenio, que hubo de prometer, aplazando para el último día.
Vuela y vuelve á dormir tranquilamente De la esperanza en la divina almohada, Por el amor materno perfumada, Vuela y vuelve paloma á reposar; Y ojalá que al abrir tus ojos bellos, Por la razon fulgente iluminados, De lágrimas no se hallen empañados, Ni puedan estas páginas borrar. QUE ME ASISTÍA EN UNA ENFERMEDAD, SIENDO MI M
Quiso enterarse de los pormenores. ¡Bah! Yo creo que eso se arreglará. No se apure usted. Su papá tenía muy buenas relaciones. En cuanto los amigos se enteren, será usted repuesto. ¿Y no ha habido razón alguna para esa cesantía? ¿Ha tenido usted algún choque con los jefes? Mario confesó avergonzado que desde hacía algún tiempo no asistía a la oficina con la asiduidad que antes.
Palabra del Dia
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