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Nada le decía de aquellas grandes batallas que le obligaba a ganar en el extremo Oriente, en las que ella le asistía haciendo el papel de reina consorte, con arranques de amazona. Algunas veces le propuso, hablándole al oído, viajes muy arriesgados a países remotos que él ni de nombre conocía.

¡La imprudencia, la torpeza! ¡Eso! ¡Eso! ¡Pobre don Víctor! , pobre, y Dios le haya perdonado... pero él, merecido se lo tenía. Merecidísimo. Miren ustedes que aquella amistad tan íntima.... Era escandalosa. Aquello era... ¡Nauseabundo! Esto lo dijo el Marqués de Vegallana, que tenía en la aldea todos sus hijos ilegítimos. Obdulia asistía a tales conversaciones como a un triunfo de su fama.

No había nada en lo que contaba Jacobo Rodney capaz de sorprender a los que habían visto cómo Marner había curado a Sally Oates, y la había hecho dormir como un niño, cuando el corazón de aquella mujer latía como para partirle el pecho desde hacía dos meses y más que la asistía el doctor.

Tocó en primer lugar esta infeliz suerte á un mancebo, de nación Peta, que estaba de mala gana en el pueblo de San Juan Bautista, en quien, por más que la caridad de los nuestros y sus saludables amonestaciones y consejos procuraron ablandar la dureza de su corazón, no aprovecharon nada para que se quedase allí; antes, por no ser detenido, se huyó secretamente cuando el pueblo asistía en la iglesia á los divinos oficios.

Siguieron cayendo nuevas víctimas y los otros monstruos saltaron á su vez, distendiendo sus estrellas, encogiéndolas luego para moler la presa en sus entrañas con una digestión de tigre. Freya asistía á esta alimentación horrorosa con temblores de voluptuosidad. Ulises sintió cómo se apoyaba en él instintivamente, con un contacto que fué haciéndose por momentos más íntimo.

Y no solamente asistía el cabildo á los toros y las cañas, sino que de sus fondos hacía crecidos gastos en tales fiestas, así en el adorno del estrado que ocupaba, como en rodearse en él de ciertas comodidades y regalarse muy cumplidamente, conforme su clase requería.

Este muchacho, de excelente natural, dócil, modesto y respetuoso siempre, tenía el defecto de beber más de lo conveniente en todos los banquetes y festejos a que asistía. Se le había metido sin duda en la cabeza que era de rigor en tales casos. Y en cuanto tenía en el cuerpo algún vino de más perdía aquél su natural reservado y se transformaba en un charlatán insufrible.

El negrito auténtico, esto es, el de carne y hueso que asistía a los banquetes abolicionistas, hacía ya tiempo que había desaparecido de Madrid sin que nadie supiese dónde había ido a parar: tal vez cansado y ahíto de las comidas sentimentales, se hubiera marchado al África a reponer el estómago con los platos más nutritivos de la cocina antropófaga.

Doña Manuela, sin ser devota, pues el echar criaturas al mundo no la dejó tiempo para ello, profesaba cierto respeto inexplicable e inconsciente a las cosas y personas sagradas: sobre todo, desde que su hijo mayor se hizo cura, comenzó a tener una como sombra de veneración indeterminada y vaga a la clase sacerdotal; así que, cuantas veces asistía a semejantes diálogos, pasaba un mal rato.

Ahora quería torear para ganar dinero lo mismo que los españoles, y asistía todas las tardes a la escuela con la firme voluntad de un niño testarudo, pagando generosamente sus lecciones. Figúrate : ¡torero con esa facha!... ¡Y a los cincuenta años bien sonaos!