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Actualizado: 23 de junio de 2025
El majo mostraba una alegría miedosa, donde se percibía, no obstante, alguna afectación, un dejo de inquietud y tristeza que por momentos lo hacía enmudecer y le arrugaba la frente. Al salir de una de estas breves pausas, dijo á su compañera con sonrisa melancólica: María, ¿te acuerdas de aquel rey de copas que anunciaba mi matrimonio con Soledad? La maga quedó turbada sin saber qué contestar.
Una palabra, señor Spadoni. Era monsieur Blanc, que me llevó aparte, entregándome un pequeño papel. Guárdeselo y no entre. Miré el papel: un cheque de un millón. ¡Puá! ¿Qué puede hacer un hombre con un millón?... Y al ver que lo arrugaba, tirándolo al suelo, el dueño del Casino me dió otro papel. Tome cinco y váyase.
Despidióse al fin el tío Frasquito de Jacobo con las mayores muestras de cariño, y no bien se vio a solas en su cuarto, comenzó a examinar la babucha por todos lados, acabando por meter dentro las narices... Retirólas, sin embargo, al punto, haciendo un gesto de disgusto: no encontraba allí aquel suave perfume de Smirna, mezcla de áloe y de incienso, que se figuraba él había de dejar dondequiera que se posase el pie de una odalisca: lejos de eso, olía mal, muy mal y el tío Frasquito fruncía la boca y arrugaba las narices ; olía a una cosa rara, así como mezcla de cuero sin adobar y engrudo medio podrido.
Estaba sorprendida y despechada al mismo tiempo de no ver á su novio en la romería. ¿Se iría á hacer el desdeñoso aquel zarramplín después de haberle arrancado la confesión de su amor? Esta idea inquietaba su orgullo y arrugaba su frentecita. ¿Lo ves cómo te quedas seria? le dijo su amiga mirándola con ojos maliciosos No puedes ocultar que estás chaladita perdida por Jacinto.
Manolillo, mata un morito. Y el chiquillo abría tantos ojos, arrugaba las cejas, cerraba los puños y se ponía como una grana a fuerza de fincharse en actitud belicosa. Después Anís le tomaba las manos y las volvía y revolvía cantando: ¡Qué lindas manitas que tengo yo! ¡Qué chicas! ¡Qué blancas! ¡Qué monas que son!
¿Qué buscas aquí, niña? dijo con enfado a Isabelita que iba, como de costumbre, a meter su hocico en todo . Vete a acompañar a papá, que está solito. Encerrose en el Camón para evitar indiscreciones, y allí arrugaba el papel, dejándolo como una bola. Luego lo estiraba, lo planchaba con la palma de la mano, hasta que los repetidos estrujones le daban la deseada flexibilidad.
A veces creía sentir los pasos de la muerte, como el soldado los de su enemigo, y la frente del anciano se arrugaba, pero volvía a serenarse al momento, adquiriendo expresión indiferente. Su atención era cada vez más profunda. En tanto, el paciente tenía fijos en el techo los ojos, donde empezaban a dibujarse las señales de una sombría decisión.
La ropa se arrugaba feamente en los hombros, y en el cuello parecía querer ahogarla. En suma, la joven aparecía muy mal vestida, pero demostraba preocuparse por ello muy poco. Su buen humor no se resentía para nada de la fealdad del traje ni éste lograba contener la expresiva vivacidad de sus movimientos.
Un poco molesto ya por la querella que se había buscado con su inexcusable intemperancia de lenguaje, y en la que veía que no era el suyo el mejor papel, estaba de un humor execrable y arrugaba nerviosamente la esquela tan lacónica como urgente llevada al castillo. ¿Qué diablos puede quererme? murmuraba entre dientes. Lo mejor es ir a verlo dijo sencillamente su tío.
Varias veces al día llamaba a sus guardianes para preguntarles si no había llegado aún la orden de su excarcelación, y, al oír las respuestas negativas, arrugaba el ceño y se estremecía de ira. Se paseaba constantemente en su celda, las manos cruzadas por detrás, la cabeza baja, la mirada fija y dura.
Palabra del Dia
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