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Actualizado: 2 de octubre de 2025
¡Hola, maese Retinto! gritó Simón al ver la nariz amoratada del tabernero. ¿Qué harás con tu vinagre y tu cerveza aguada, ahora que nos vamos nosotros? Pues voy á descansar, porque tú y tus compañeros os habéis bebido hasta la última gota de cuanto tenía en casa, excepto el agua. ¡Tus toneles estarán enjutos, pero tu escarcela repleta, truhán! exclamó otro arquero.
Tú, Mitra, el del ojo sanguíneo, gran arquero celeste que lo penetras todo con tu dardo lumíneo; tú, el de la roja veste con orlas y con flecos de eternas igniciones; tú, Helios, y tú, Osiris, por quien vive el imperio de las constelaciones y se hace en las alturas el milagro del iris; tú, bello emperador, envíanos tus dones, tus púrpuras de gloria y tu vital calor.
El mismo Tristán apreció la belleza del paisaje y el robusto arquero entonó, ó por mejor decir, desentonó algunas picantes canciones francesas, con voz y berridos capaces de no dejar un solo pájaro en media milla á la redonda. Tendiéronse sobre la hierba y tras breve silencio dijo Simón: Me gusta el compañero ese que hemos dejado allá abajo.
¡Digo, pues si es este el viejo Simón Aluardo, de la Guardia Blanca! exclamó el hombre de armas que tan insolente se había mostrado con los escuderos. ¡Un abrazo, Simón! Por vida mía, tiempo hubo en que desde Limoges hasta Navarra no se conocía arquero más pronto en conquistar á una muchacha ó derrengar á un enemigo.
En aquel momento cayó una pesada mano sobre el hombro de Simón, la manaza de Tristán de Horla, á quien se oyó decir con gran calma: Sois un embustero de tomo y lomo, señor arquero, como lo prueban las patrañas que nos endilgáis hace media hora; y sois además un deslenguado y os abofetearé lindamente si repetís las palabras que acabáis de decir.
¡Tira! contestó Simón. El arquero tendió su arco y la flecha cayó dentro del parapeto. Atado á su extremo tenía un largo bramante del que Simón se apoderó con avidez. ¡Salvados! dijo, y luégo inclinándose hacia sus camaradas, gritó: ¡Atad ahora la cuerda, larga y fuerte! Á los pocos momentos tenía en sus manos la gruesa cuerda salvadora.
Llegados al puente, miró el arquero fijamente al noble capitán, saludó á la baronesa con una inclinación respetuosa y dijo: Perdonad, señor barón, pero á pesar de los años transcurridos os he reconocido al momento, y eso que hasta hoy no os había visto vistiendo terciopelo, sino yelmo y coselete.
El arquero se había repetido muchas veces durante su viaje aquellas palabras, que eran las mismas pronunciadas por su capitán; pero la verdad es que la dama, aunque estimando el rico presente, no se fijó en las frases del arquero porque estaba tan absorta como su esposo en la lectura del pergamino, que aquél le hacía en voz baja.
Midió el arquero la distancia con mirada de águila y en seguida lanzó las tres flechas una tras otra, con increíble rapidez y apuntando á lo alto. Las flechas pasaron rozando las ramas más elevadas del árbol y dos de ellas fueron á clavarse en el tronco de que hemos hablado, describiendo una curva enorme y perfecta.
Me parece que un puñado de rústicos podría defender esta fortaleza contra diez compañías del rey, dijo Tristán. Lo mismo digo, asintió Roger. Pues bien os equivocáis, mes garçons, exclamó el arquero. Mucho más formidables que ésta las he visto yo rendidas en una sola noche. ¡Por el filo de mi espada!
Palabra del Dia
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