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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Déjame arreglar este asunto por tí, arquero. Todo lo que el soldado quiere, Don Diego, puede comprarse con dinero, y creo que cinco mil ducados no es mucho pedir por la libertad de tan renombrado caballero. Le serán pagados. Me veo obligado, eso sí, á reteneros entre nosotros por algunos días, y á pediros permiso para usar vuestra armadura, escudo y caballo en una expedición que proyecto.
Entre los obscuros tonos de aquella multitud se destacaban ya las toquillas de vivos colores de las mujeres, ya el casco de un arquero herido por los rayos del sol. En el centro de la llanura, quedaba el espacio cercado que se destinaba á las justas, con gradas y tribunas engalanadas con multitud de gallardetes y banderas.
Venid, arquero; ya podéis despediros de vuestro cobertor, y por lo menos de un par de huesos que voy á romperos contra el suelo. Eres todo un hombre, cabeza roja, exclamó el arquero con gran risa, poniendo á un lado su jarro y apretando el ancho cinto de cuero. Esperad, un momento, dijo un montero.
Pero, por merced, si un caballero cegato como vos se quita voluntariamente la mitad de la poca vista que le queda, no váis á distinguir un arquero inglés de un capitán español. Paréceme que no habéis andado muy cuerdo en la elección de vuestro voto.
Asombrados contemplaban nuestros viajeros el inesperado espectáculo, cuando el azotador entregó libro y disciplinas á su compañero y descubrió sus propias espaldas, de las que muy pronto empezó á correr la sangre, á los zurriagazos furibundos que le daba su verdugo. Cosa extraña y nueva aquella para Roger y Tristán, mas no para el arquero.
En el centro del corro el mofletudo y enrojecido rostro del juglar, cantando con mucha expresión las populares estrofas; el grupo de oyentes, el arquero Simón llevando el compás con la cabeza y con la mano, y el exnovicio Tristán, que no era de los menos complacidos con el canto de maese Lucas, á juzgar por la sonrisa que animaba su rostro bonachón.
El arquero Simón, que figuraba en primera línea con Reno, Tristán y otros camaradas, no escaseaba sus comentarios más encomiásticos sobre el talante del desconocido y la maestría con que momentos antes había manejado caballo y lanza. Á fuerza de mirarle pareció despertarse un confuso recuerdo en la memoria del veterano.
La conozco bien. Allí está el monasterio con su vieja torre parda. Permitidme que dé una moneda al venerable ermitaño que allí véis, sentado en aquella piedra junto al camino. Suspendió el anciano sus preces para aceptar la dádiva del arquero. Soldados sois á lo que veo, hijos míos, y mis oraciones os acompañarán en vuestras empresas. De España venimos, reverendo padre, dijo Tristán.
La canción esa me la sé yo de la cruz á la fecha, y mi arpa la conoce tan bien como yo, dijo el músico. Y si este señor predicador, añadió mirando á Roger, no tiene en ello inconveniente, la tocaré y cantaré en obsequio de este valiente arquero.... Muchas veces recordó después Roger el animado y pintoresco cuadro que presentaba la sala del Pájaro Verde en aquellos momentos.
Es Tristán de Horla, un montañés como hay pocos, á quien acabo de alistar en la Guardia Blanca. Hará un soldado excelente. ¿Buenos puños, eh? Robusto y forzudo pareces, arquero, pero estoy seguro de que ese buen mozo lo es más todavía. Á ver, Tristán, si avergüenzas á todos mis ballesteros, ninguno de los cuales pudo ayer hacer rodar aquella piedra y arrojarla al torrente.
Palabra del Dia
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