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Actualizado: 2 de octubre de 2025
El barón acompañó á su esposa á la sala del castillo y un obeso mayordomo se encargó de los tres recienllegados, á quienes trató á cuerpo de rey. Satisfechos ampliamente sus estómagos y refrescados con un baño en la cercana acequia, siguieron Tristán y Roger al arquero, que examinaba atentamente la fortaleza con la práctica de quien tantas había visto en su vida.
Renovóse la risa á costa del buen Verdín y el músico se levantó para tomar de un rincón su arpa vetusta, que empezó á tañer con vigor. ¡Paso al coplero! exclamaron los leñadores; sentaos aquí junto al fuego, y venga una tonada alegre, como las que tocasteis en la romería de Malvar. ¡Que toque "La Rosa de Lancaster"! ¡No, no, "Las Niñas de Dunán"! "¡El Arquero y la Villana!"
Tristán el arquero. Sí, se ha ido, dijo Roger. ¿Y no volverá? No. ¡De buena ha escapado! exclamó el hombrecillo dando un suspiro de satisfacción. ¡Cobarde! ¡Atreverse conmigo y huir! ¡Ah, de haberme esperado hubiera hecho con él un escarmiento, como hay Dios, para ejemplo de pícaros!
Lo cual hubiera sido de muy mal gusto, á fe mía, y más tratándose de un arquero galante, porque son á cual más bonita y el diablo me lleve si hubiera yo podido preferir y elegir una de las tres.
Ma foi, has nacido para soldado y buen compañero, exclamó regocijado Simón. Eso es hablar y portarse como se debe. ¡Bien, recluta! ¿Quién ha visto jamás arquero sin arco? Descuida, que yo te procuraré uno tan bueno como éste, allá en el ejército. Pero ¡mirad!
Bastante os habéis azotado ya, padres míos, les dijo el arquero en buen francés al llegar junto á los penitentes. Largo es el reguero de vuestra sangre en el camino. ¿Por qué os maltratáis de esa manera? ¡C'est pour vos péchés, pour vos péchés! murmuraron ambos, fijando en los recienllegados sus tristes miradas.
Los arqueros rodeaban á la pareja y el hombre, azorado, sin comprender una palabra de lo que decían, oprimía con una mano el brazo de la mujer y con la otra apoyaba sobre el pecho el precioso paquete, dirigiendo en torno miradas suplicantes. ¡Ea, muchachos! exclamó Gualtero de Pleyel con imperiosa voz, apartando al arquero que más cerca tenía.
Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!
Tú, Gualtero y el sargento Simón me acompañaréis, y también otro arquero que Simón elija para que cuide de mis armas y arnés, dispuso el barón.
En las ventanas de algunas casas menos humildes y destartaladas que las restantes se veían pequeños escudos de armas que señalaban el alojamiento de un barón ó hidalgo de los muchos que no había sido posible aposentar en el castillo. El veterano arquero, como casi todos los soldados de la época, reconoció fácilmente las armas y divisas de muchos de aquellos caballeros.
Palabra del Dia
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