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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Lejos de castigarlo ó reprenderlo el barón le dió algunas monedas de plata, con escándalo de la baronesa, á la que todavía no se le había pasado el susto. Te pido perdón, camarada, dijo Tristán al arquero, á tiempo que entraban por las puertas del castillo. El señor de Morel es todo un hombre. ¡Digo, qué calma y qué nervio! Por mi parte, no quiero más jefe que él.
Cuatro y tres, dijo Tristán con voz de bajo profundo. Venga el capacete. Y ahora te lo apuesto contra tu coleto, arquero. ¡Apostado! Pero como siga la mala racha voy á llegar al castillo en camisa. ¡Voto á sanes! Bonita facha para un embajador. ¡Hola! gritó levantándose apresuradamente al ver á Roger y echándole los brazos al cuello; mira quién nos ha caído de las nubes, recluta.
No menos complacido que el arquero quedó Tristán, pero se limitó á abrir la bocaza y entornar los ojos, que era su manera de sonreirse, procurando con ambas manos ponerse el casco de Simón sobre la enorme melena roja. ¿Vienes á quedarte con nosotros, petit? preguntó el veterano, dando golpecitos en la espalda de Roger.
Mandábalos el veterano Reno, de cuya lanza ondeaba estrecho y largo pendón con las cinco rosas; frente á los infantes, el arquero Simón, orgulloso de la magnífica compañía que tenía á sus órdenes. Acudieron también al patio los sirvientes del castillo y algunos hombres de armas que debían quedarse de guarnición en la fortaleza y querían despedirse de sus amigos.
¡Por el rabo de Satanás, recluta, jamás creí que con esa cabeza color de zanahoria pudieras tú pensar cosas tan discretas! Diga lo que quiera el sabio Roger, ni este arquero, ni por lo visto este mameluco rojo, creerán jamás que al buen Dios le guste ver á los hombres, frailes ó no frailes, abriéndose las carnes con un rebenque.
Roger y Tristán, que se habían detenido á algunos pasos de distancia del arquero, vieron que la baronesa palidecía y que su esposo se sonreía satisfecho. Ya véis, señora mía, dijo, que no quieren dejar tranquilo al viejo lebrel cuando se preparan á levantar la caza. ¿Qué me dices, arquero, de esta Guardia Blanca de que aquí me hablan?
Un arquero de la guardia me ha dicho que el príncipe quería romper una lanza, pero que sus consejeros no se lo han permitido, porque habrá más de combate que de torneo, tal están que arden los señores gascones. Por lo pronto tenemos á Chandos. Su Alteza le ha prohibido tomar parte en la próxima justa. Chandos será juez del campo, en unión de Sir Guillermo Fenton y el duque de Armagnac.
Lo que no entiendo, continuó alegremente el arquero mientras se preparaba á despachar su cena, es que mocetones como vosotros os avengáis á vivir pegados al terruño, doblando el espinazo y sudando el quilo, cuando tan buena vida podríais llevar bajo las banderas del rey. Miradme á mí. ¿Qué tengo que hacer?
El arquero Tristán es de este pueblo de Horla y la mujer es su madre, que le da la bienvenida á su manera. ¡Yo te enseñaré, holgazán, perdido, gandul! gritaba la vieja esgrimiendo la vara. Poco á poco, madre, decía Tristán, que ya no ando de vago sino que soy arquero del rey y voy á las guerras de Francia. ¿Con que á Francia, bribón?
Sonrióse el arquero, y de pronto se lanzó sobre su contrincante con la velocidad del rayo, rodeó con su pierna la de Tristán y enlazándole la cintura con sus nervudos brazos, procuró hacer caer de espaldas al gigante.
Palabra del Dia
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