Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 9 de octubre de 2025


El predilecto de Lucía era el de un vendedor de piadosas chucherías de Jerusalén y Tierra Santa. Calvarios de nácar con ingenuos relieves, cabos de pluma de raíz de olivo, rematados en figura de cruz, cabezas de la Virgen entalladas sobre una concha, broches y dijes de esmaltes con arabescos, tazas de negra piedra del Asfaltites, pastillas de olor; a esto se reducía la caja portátil.

En otro grupo estaban los hombres del país, con barbas, poncho y grandes espuelas, jinetes errabundos que nadie sabía de qué vivían ni tampoco dónde eran nacidos. Imitaban á los antiguos gauchos, llevando el ancho cinturón de cuero adornado con arabescos de monedas de plata, que les servía para guardar sus armas.

La sierra era el escenario de su aventurera juventud, y al volver al cortijo recordaba con entusiasmo las montañas cubiertas de acebuches, alcornoques y encinas; las profundas cañadas con espesuras de lentisclos; las altas adelfas orlando los riachuelos, en cuya corriente servían de pasos grandes fragmentos de columnas con arabescos que el agua iba borrando poco a poco; y en el fondo, sobre las cumbres, las ruinas de alcázares moriscos, el castillo de Fátima, el castillo de la Mora Encantada, una decoración que hacia recordar los cuentos de los crepúsculos de invierno junto a la chimenea del cortijo.

Admiraba Ojeda el fuerte tirón con que este conjuro de esperanza había arrancado a los grupos humanos enraizados por la historia en lugares distintos del planeta. «¡Buenos Aires!», murmuraba el viento de las noches invernales al colarse por el cañón de la chimenea en el hogar campestre, donde la familia española o italiana maldecía el embargo de sus campichuelos y la escasez del pan; «¡Buenos Aires!», mugía el vendaval cargado de copos de nieve al filtrarse por entre los maderos de la isba rusa; «¡Buenos Airesescribía el sol con arabescos de luz en los calizos muros de la callejuela oriental, para el árabe en medrosa servidumbre; «¡Buenos Aires!», crujían las alas de oro de la ilusión al volar de reverbero en reverbero por los desiertos bulevares de una metrópoli dormida, ante los pasos del señorito arruinado y el bachiller sin hogar que piensan en matarse a la mañana siguiente.

El cielo azul se me aparecía radiante y allá arriba resaltaba la serena cumbre de la montaña. Las nieves, bordadas por las aristas de las rocas como con delicados arabescos, brillaban con argentino resplandor y el sol las orlaba con un ribete de oro.

Mas cuando se trató de ejecutar los adornos de la tapa, acudió de nuevo a prestarle auxilio, complaciéndose largamente en ejecutar con la masa mil suerte de mosaicos, arabescos y primores de toda clase, que no había más que ver. Marta puso término a tan prolijas labores quitándole la pasta de la mano, porque no acababa nunca.

Gonzalo recordó que aun no le habían curado el vejigatorio puesto el día anterior. Tiró violentamente del cordón de la campanilla. Estaba tendido en el lecho boca arriba, mirando los arabescos del techo. La estancia bien esclarecida por los dos balcones que tenía. No se hallaba en su alcoba, sino en el despacho, donde le habían puesto una cama el día primero que se sintió mal.

Y las medias quedaron lavadas, y se trajo el azúcar y se limpió el espejo; pero, entonces, faltaron fósforos y hubo que poner un remiendo. En el patio de la cocina, el último de la casa, tan frío que la humedad trazaba verdosos arabescos en la pared sin cal, trabajaba la chica febrilmente.

Hacia el fondo, en la lejanía del paisaje, visto a trozos entre grupos de troncos, la niebla, aún no disipada por el sol pálido y débil, formaba un tenue velo gris, sobre el cual destacaban los intrincados arabescos del ramaje seco, los cipreses, cuyo vértice mecía el aire, y las apretadas copas de los pinos.

Se descendía desde el portal por unos escalones de piedra. Las paredes, encaladas, con caprichosos arabescos verdinosos, de la humedad.

Palabra del Dia

sueldos

Otros Mirando