Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 16 de julio de 2025


Yo estaba temiendo un conflicto. Pero no lo hubo. Aquella misma noche se mudó el catalán de la casa. Aunque no tan asiduamente como antes, continuaba asistiendo a la tertulia de las de Anguita, cuidando, por supuesto, de salir antes de las once. Joaquinita seguía persiguiéndome con sus cuartos de hora de conversación zalamera, empalagosa.

Pues ha hecho usted bien en venir, porque en Sevilla sólo hay tres cosas dignas de verse: la catedral, el alcázar y el patio de las de Anguita repuso con graciosa solemnidad. Preparativos para el bloqueo. Matildita, como he dicho antes, debía de sospechar el deplorable resultado de mi entrevista con el capellán del colegio del Corazón de María.

Un suceso inesperado vino a sacudir el letargo y aburrimiento que la tertulia me causaba. Daniel Suárez, el odioso malagueño que me había inspirado tantos recelos y que aún me los inspiraba, fue presentado a las de Anguita por un pollastre en que no me había fijado. Esto no tenía nada de particular. Por aquella tertulia pasaban todos los forasteros, como habían pasado ya todos los naturales. Sin embargo, me produjo cierta emoción y, ¿por qué no decirlo?, bastante malestar. Disimulé cuanto pude, mostrándome afable.

Cuando nos cansábamos allí, los días que no íbamos a casa de Anguita, o hasta que llegaba la hora de ir, solíamos dar algunas vueltas por la plaza Nueva, que, por serlo, es la única grande y regular que hay en la ciudad. En los jardines del centro, que adornan naranjos y palmeras, se colocaban filas de sillas, y allí pasaban algunas horas de la noche muchedumbre de familias.

El señor me estaba informando de unas parientes que tengo en Galicia respondió la condesita rápidamente. Le agradecí el disimulo, en el cual me pareció más maestra de lo que yo había imaginado, y me levanté para sufrir un rato el chorro de la de Anguita, que seguía cada vez con más ahínco interesándose por todo lo que me atañía.

Por la mañana había estado en casa de su prima a visitarla. Hablaron de , y Gloria se mostró enojadísima, mejor dicho, indignadísima conmigo. Le dijo que le constaba de un modo evidente que yo estaba, ¡qué horror!, en amores con Joaquina Anguita. Todo lo que Isabel hizo por disuadirla fue inútil.

Gracias a esta oportunísima compensación no pasé la vergüenza de suspender la lectura antes de la hora y media, mínimum, como ya he dicho, de estas solemnidades. Las señoras volvieron a agitar los pañuelos con entusiasmo. Observé, sin embargo, que Joaquinita Anguita se estaba queda, lo cual me pareció una ruin venganza y me irritó más de lo que el asunto merecía.

Como estuviésemos en un rincón y nadie nos observase, quise enterarme mejor de la vida de aquella familia. Villa me puso al corriente de todo. Las de Anguita eran hijas de un médico ya anciano, que había gozado de mucha clientela en Sevilla en otro tiempo. O por su edad avanzada, o porque hubiesen llegado otros médicos jóvenes de valía, o por las irregularidades de las hijas, es lo cierto que poco a poco se le había ido marchando la parroquia, quedándole en la actualidad muy contadas familias. Su mujer había muerto hacía bastantes años. Las niñas, educadas sin la vigilancia materna, habían dado siempre bastante que decir por sus extravagancias. Mientras las ganancias del papá fueron crecidas, en la casa se gastaba por largo, se vivía con desahogo y con lujo; hasta tenían coche. Nadie pensaba en mañana. El señor Anguita, un viejo maníaco, que había gozado fama de excelente médico, aunque en realidad nunca se hubiese cuidado gran cosa de los enfermos dejaba a sus hijas la dirección económica de la casa, que no podía ser más desastrosa. La pasión del viejo era el arte, y su orgullo ser inteligente en pintura. Que le dijesen que había hecho tal o cual cura maravillosa, le tenía sin cuidado. En cambio, si le venían a consultar sobre el mérito de un cuadro, o le nombraban jurado en los exámenes de la escuela de Bellas Artes, le causaban vivo placer. No le molestaba su decadencia profesional más que por el momentáneo disgusto que sentía cuando sus hijas le pedían dinero y no podía dárselo.

Pues llevo sacados del bolsillo más de cinco mil reales manifestó solemnemente, separando una mano de la espalda y poniéndomela sobre el hombro. Pues son caros... digo, son baratos... Porque los hay magníficos. ¡Maravillosos! Poco después, el señor de Anguita me manifestó que sentía frío, lo cual me sorprendió casi tanto como el coste de su galería. No estaba por la vida en los patios.

Sevilla entera recordaba todavía sus aventuras galantes, sus orgías, sus duelos singulares y temerosos, la barbarie inconcebible de algunos actos ejecutados en el frenesí de la embriaguez. Saludó con amabilidad caballeresca, no exenta de protección, a todo el mundo, y se llevó a su hija. En pos de él nos marchamos todos. Las de Anguita salieron hasta el medio de la calle a despedir a sus amigas.

Palabra del Dia

buque

Otros Mirando