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Actualizado: 16 de julio de 2025


El señor Anguita, que no se calentaba, a pesar de hallarnos en los días más terribles de agosto, había adquirido recientemente un pandero con el retrato de una chula, y se había vuelto loco y casi nos había vuelto locos a todos. Ramoncita, siempre en conversación grave, importantísima, con sus amigas jamonas y solteras.

Pero Isabel, con mayor aplomo, sonriendo plácidamente, respondió: Contra ti. ¡Puede! replicó la de Anguita, riendo para disimular su recelo. La pura verdad. será; porque yo nunca te he sido simpática dijo Joaquinita sin dejar de sonreír, pero con acento irritado. En efecto, lo que se llama simpática no me lo eres. Al decir esto sonreía con la misma dulzura.

El comandante se había quedado como una estatua, mirándome con ojos que, por lo abiertos, parecían querer saltar de las órbitas. ¿Y cómo sabe usted eso? preguntó, al fin, con voz áspera, donde se advertían el recelo y la amenaza. Lo sabe hoy toda Sevilla le respondí con mal humor . Isabel se lo ha contado a las de Anguita, y estas niñas no se muerden la lengua. Le vi ponerse pálido.

Al contrario, con cierta complacencia feroz decía entre dientes: «Ya sabes adonde voy. ¡Rabia, antipático; rabiaAlguna vez, cuando estaba charlando con Joaquinita en un rincón, sentía posarse sobre sus ojos pequeñuelos y malignos. Mas al levantar la cabeza hacia él los separaba inmediatamente. En estos días, la segundogénita de Anguita me dio una noticia que no dejó de causarme pena.

Pues allí lo tiene usted, en aquel rinconcito. ¡Qué loca eres, Pepita! exclamó Joaquinita, riendo también. En el rincón que señalaba con la mano había una mesilla, y sobre ella una botella de agua con algunos vasos. En nuestros buenos tiempos, poníamos azucarillos. Era el siglo de oro de la casa de Anguita. Ahora, hijo mío, estamos en plena decadencia.

¿Qué le parece a usted? me dijo, guardándola en la cartera con aire triunfal. ¡Muy extraño! ¿Usted se las había pedido?... Nada más que una, de la rosa que llevaba en el pecho anteayer, en casa de Anguita... ¡Y esta mujer se casa el ocho de diciembre! Me espanté del caso más de lo que debiera, porque comprendía que con ello le daba mucho gusto.

El dueño, grande amigo de Daniel, nos sirvió por mismo boquerones fritos y japuta, poniéndonos al lado un par de botellas de manzanilla. Suárez estaba muy contento, y comía y bebía bravamente. No lo hacía yo mal tampoco. Las niñas de Anguita y su original papá nos servían de tema inagotable de conversación. Pidiose otro par de botellas.

Observé que todas las miradas, lo mismo de los hombres que de las señoras, se volvían hacia ella con frecuencia, al tenor de lo que había pasado en la tertulia de Anguita la noche en que la conocí. Y, como entonces, la joven recibía aquel homenaje con perfecta naturalidad, sin ruborizarse ni envanecerse, sonriendo franca y bondadosamente, lo que prestaba a su rostro encanto irresistible.

Era, a pesar de este traje casero, la misma arrogante persona que había visto dos o tres veces en casa de Anguita. Sólo que aquella expresión de fatiga que había advertido en su rostro se mostraba ahora más claramente. El color de su rostro era moreno cetrino. En sus facciones había regularidad y decisión; ojos grandes, negros y opacos; la cabellera gris, abundante y ondeada.

Al mismo tiempo nació en mi espíritu cierto innoble deseo de vengarme por su falta de atención. Afortunadamente, la condesita debía de llegar pasado mañana con su padre, y volverían los párrafos en casa de Anguita y las noches de teatro. A la sazón había comenzado a actuar una compañía de ópera en el de San Fernando. El comandante, se las prometía muy felices.

Palabra del Dia

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