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Actualizado: 11 de julio de 2025


No te sofoques, Santiago dijo apaciblemente la anciana , que ya andas en los tres duros y medio, y aunque yo creo como que España no bajará la cabeza, no es cosa de que te el reuma en la cara por lo que hable este mala cabeza de Santorcaz. Pues lo digo y lo repito añadió el viejo soldado . ¡Venir hablándome a de cuerpos de ejército, y de brigadas de caballería, y de cuadros...!

Señora, no lo dude usted un momento. Pues bien, hija mía, se te ofrece la ocasión dijo la anciana dama con solemne acento de mostrarme tu gratitud; empéñame tu palabra de señorita, y de señorita de noble clase, de que lo que te acabo de manifestar será para siempre un secreto a guardar entre las dos. Empeño a usted mi palabra.

¡Entonces!... ¿Cómo puedes permanecer así, plácida e indiferente?... ¿No tienes fe? ¡Oh! mamá querida... Asustada por la exaltación de su madre, Liette se esforzaba en vano por calmarla. En aquella pobre cabeza agotada sonaban todos los cascabeles de sus locas quimeras. La anciana divagaba con delicia y hablaba del matrimonio, de la ceremonia, de los trajes...

Pero las lágrimas de la anciana de cabellos blancos le conmovieron, y experimentó de nuevo un sentimiento de vaga inquietud. ¡A ver el pulso! le dijo . Bueno. No se apure usted. Todo se arreglará lo mejor posible. Yo haré todo lo que esté en mi mano. Esté usted completamente tranquila. Me consuela usted. ¡Es usted tan bueno! Se lo agradezco con toda mi alma.

¡Muchacho! exclamó tía Pepilla. Entra, entra para que te vea tu madrina.... La pobrecilla ha estado muy mala; buen susto nos dió.... Por eso no te hemos escrito. ¿Quién lo había de hacer? Si Angelina estuviera aquí.... Entré en el cuarto de la enferma. La pobre anciana estaba en un sillón, muy abatida y trémula.

, mírala allá en el rincón. Y me mostró con un movimiento de cabeza una niña pequeña muy rubia, que tenía como ella los ojos colorados, las mejillas inflamadas, y que parecía hacer en aquellos momentos, á una anciana muy atenta, el relato del drama que la hermana Sainte Félix había afortunadamente interrumpido.

Y la Mariposa guiñaba sus ojos, contraía el negro agujero de su boca rodeado de arrugas, adivinando que sólo un suceso de gran importancia podía haber traído hasta allí a su nieto. Maltrana desechó todo preámbulo. Pasaba el tiempo; Zaratustra no tardaría en volver, y él deseaba hablar a solas con la anciana.

Pero la verdad era que el joven español se sentía apasionado de Carmen, la mayor de las hijas de la anciana, y que ella no se daba por ofendida con ser objeto de las amorosas ansias del mancebo.

¿Qué se me da a que me quieran? respondió Marisalada , ¿qué hago yo aquí si no está don Federico? ¡Vamos allá! ¿Conque no vienes aquí sino por ver a don Federico, ingratilla? Y si no, ¿a qué había de venir? contestó María ; ¿a hallarme con Romo, que tiene los ojos, la cara y el alma todo atravesado? ¿Conque esto es que quieres mucho a don Federico? tornó a preguntar la buena anciana.

Seres que ya sólo en el recuerdo de esta anciana continuaban perdurando y que se desvanecerían para siempre cuando ella bajara a la tumba. Y era un curioso contraste, después de la chispeante y sonora conversación de José Luis, el modo apacible, lento, con que la abuelita contaba las cosas de su tiempo.

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