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Actualizado: 11 de septiembre de 2025


¡Vaya con usted y con el P. Solís! ¿Angelina monja? ¡Dios nos libre! Linilla será esposa y madre de familia.... Miróme fijamente la anciana, y, sonriendo, me dijo: ¿Te casarías con Linilla? ¡De mil amores! Ese casamiento seria muy de mi gusto. Dicen por ahí, pero yo no lo creo, que estás enamorado de Gabriela.... ¡No, tía! Ya sabe usted que las gentes dicen cuanto se les ocurre....

Sin fijarse desde luego en el desorden en que se hallaba Juana, fue hacia ella con el paso rígido de un espectro y dijo clavándole la vista: ¡Su marido se bate mañana con mi hijo! Lo contestó Juana ; acaba de decírmelo. ¡Ah! replicó amargamente la anciana señora . ¿Acaba de decírselo? ¡Es el acto de un cobarde! , pero usted, ¿cómo lo sabe?

Al efecto lograron alquilar una casa modesta, en la cual reunieron camas, mantas y algunos muebles, nombrando por alcaldes de la cofradía á don Andrés de Losa y don Cristóbal Pareja; tomaron un administrador, que lo fué el clérigo don José Martín, y alquilaron para el servicio dos criados y una mujer anciana.

Pero no te irás enojada conmigo añadió con trémula voz Doña Paca, siguiéndola a distancia en su lenta marcha por el pasillo. No, señora... ya sabe que yo no me enfado... replicó la anciana mirándola más compasiva que enojada . Adiós, adiós». Obdulia condujo a su madre al comedor diciéndole: «¡Pobre Nina!... Se va.

Y riendo tan estrepitosamente, que todos los que estaban en la plaza del mercado pudieron oirla, la anciana hechicera se separó de Ester. Mientras esto pasaba, se había hecho la plegaria preliminar en la iglesia, y el Reverendo Sr. Dimmesdale había comenzado su discurso. Un sentimiento irresistible mantenía á Ester cerca del templo.

Y agregaba: Dios pagará a ustedes este buen rato.... ¡De veras, de veras, si me parece que tengo veinte años! Angelina y tía Pepilla nos dejaron para atender a la anciana que ya suspiraba por su lecho; don Román buscó el suyo, y Andrés se quedó conmigo en espera de Angelina y de mi tía que irían con nosotros a la misa del gallo. No tardaron en volver.

Pero luego caía yo en un abatimiento tal y tan grande, que no acertaba a guiar la caballería. «¿Por qué se mueren las gentes? ¡Dios mío! ¿por qué? repetía yo. ¿Por qué quieres llevarte a la pobre anciana?» ¡Necio de que no acerté a pensar que la muerte estaba tan cerca!

Lo cierto es, que cuando el ministro volvió la mirada hacia atrás, notó en el rostro de la santa mujer una expresión de éxtasis y divina gratitud, como si estuviera iluminado por los resplandores de la ciudad divina. Aun referiremos un tercer ejemplo. Después de separarse de la anciana viuda, encontró á la más joven de sus feligreses.

La anciana no quería estar mano sobre mano; pero tuvo que obedecer las órdenes del médico en vista de los progresos de la enfermedad. Desde entonces pesó sobre la tía Pepa todo el trabajo, el cual, como es de suponerse, no bastó a las necesidades de aquella casa, ni para sostener al sobrino, para sostenerme en el colegio. Tía Pepa dijo: «¡Que se venga! ¡Que no siga estudiando!

Juan Claudio se había aproximado. Al cabo de algunos segundos, la anciana, levantando la cabeza, comenzó a decir, mientras le miraba: ¡Qué! Estamos bloqueados; el enemigo quiere rendirnos por hambre. Es verdad, Catalina contestó Juan Claudio . Yo no esperaba esto; contaba con un ataque a viva fuerza; pero los kaiserlicks no saben lo que puede suceder.

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