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Actualizado: 5 de julio de 2025
¡Si fué una casualidad, hombre! dijo la Amparo dulcificándose . Vino esta noche porque había ido de juerga con León y Rafael, y a última hora se le ocurrió a Nati hacerme una visita. Pues basta de casualidades. Yo no aspiro a que me adores, ¿sabes?; pero no quiero pagar las queridas a esos perdularios de sangre azul. ¿Lo has oído, salero?
Necesito saber un período de mi historia que durante mi enfermedad he olvidado. Este hombre, que es un honrado propietario aragonés, ha partido para Madrid. Pero me temo que cuando vuelva... Esta tos seca, lenta, sin esfuerzo... Me he visto obligado a guardar cama. ¡Amparo! ¡Una mujer formada por la educación, sostenida por la virtud, por lo exquisito de su sentimiento!
Y cuenta que no sentimos lo ocurrido en ella por la gloria del orador, corrido allí como una liebre, pues por muchas que sean sus presunciones, no debe, en su estulticia ingénita, aspirar a mayores triunfos; sino por el prestigio del Parlamento y por la dignidad del Ministerio, que acogió bajo su amparo un asunto que pasó los límites de lo grotesco.»
Y al comprender esto sentí al mismo tiempo celos y remordimientos. Celos porque no era yo el hombre a quien ella amaba. Remordimientos porque, elevando su educación, había elevado su espíritu, la había aumentado sus aspiraciones, y la había hecho por consecuencia infeliz. Porque a pesar de su magnífica hermosura, ni tenía nombre ni dote. Amparo era una expósita; Amparo sólo tenía necesidades.
Sí, yo soy Amparo me contestó dominándose y sonriendo tristemente; yo soy su protegida de usted. Y calló, me indicó el sofá, y fue a sentarse junto a él en un sillón. Seguimos guardando silencio por algún tiempo. Yo la contemplaba con asombro. Quisiera poder describirla. Pero es imposible.
El legado de tu abuelo no alcanza a cubrir tus necesidades en el pie en que estás educada y has vivido hasta aquí; y en cuanto a lo restante de nuestros bienes, tan embrollado hoy, ¿cómo estaría mañana en manos de una mujer sin experiencia y sin amparo?
Mientras duraban estas explicaciones en voz baja, Amparo había leído el título de algunos folletos: «La verdadera Iglesia de Jesús.... La redención del alma.... Cristo y Babilonia.... La fe del cristiano purificada de errores.... Roma a la luz de la razón...». Entre los retazos del diálogo que llegaban a sus oídos y los fragmentos de hoja impresa en que fijaba la vista, penetró el misterio.
Su memoria, redactada con el espontáneo y agradable desaliño que le era propio, se reducía a exponerme, a grandes rasgos, el armazón de su obra benéfica, llamada por él «su deber»; los frutos principales de ella; lo que le costaba aproximadamente cada año en dinero, porque en paciencia, no tenía calo ni medida, y una relación de las familias de Tablanca más merecedoras, por sus especiales condiciones y virtudes, del amparo y la estimación de «la casona». Todo aquello me lo declaraba para mi gobierno solamente. El único encargo que me hacía, y muy encarecido, era el de procurar que no se desmembrara durante mi vida el patrimonio de los Ruiz de Bejos que pasaba a mis manos íntegro y tal como él le había recibido de las de su padre y éste de las del suyo, ni al heredarme mis hijos, si llegaba a tenerlos; y si no, que pasara a los de mi hermana con igual recomendación para los mismos fines, siempre que fueran compatibles con las leyes. Por de pronto y para «lo de puertas adentro» que me dejara guiar por las indicaciones del párroco don Sabas Peña; y si no vivía éste ya, de la persona que me buscaría por su mandato.
Vamos, no te guasees, que tengo hoy muy mala sangre dijo la Amparo, escamada y presta otra vez a enfurecerse. No es broma, y la prueba de ello es que voy a pagártela en el acto. Pero mucho ojo con que vuelva por aquí Manolito Dávalos, porque no vuelves tú a ver el color de mis billetes.
Si no se paga respondió el mozo , a lo menos, regístranse ante el señor Monipodio, que es su padre, su maestro y su amparo; y así, les aconsejo que vengan conmigo a darle la obediencia, o si no, no se atrevan a hurtar sin su señal, que les costará caro.
Palabra del Dia
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