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Actualizado: 5 de julio de 2025


Decirme habéis, señora, exclamó Cervantes con la voz trémula, en qué puedo yo ampararos y serviros; que bien creo, a lo que parece, que niña y pobre, sola y sin amparo en el mundo os habéis quedado.

¡Madre mía, madre mía! Encogiose Amparo de hombros y fuese a su Fábrica, que urgía el tiempo y era preciso ganar el pan, porque el entierro del viejo había consumido sus menguados ahorros.

Era seguro que el Marqués acabaría su vida en la miseria. ¿Qué sería entonces de su hija doña Luz, huérfana, sin amparo y sin recursos? Lo peor era que la Condesa no podía socorrer a su hija mientras su marido viviese. Antes de que el Conde hubiese tenido el más leve indicio de su culpa, la Condesa había gozado de un asomo de independencia y libertad.

Guardó Amparo silencio durante un momento. Mustafá seguía abalanzándose a la reja y gruñendo. Yo no podía permanecer en la difícil posición en que me encontraba dijo al fin ella me veía expuesta a atrevimientos de todo género.

Amparo se había colocado delante de a una inmensa altura. Elevándose, elevó ante mis ojos a la mujer, a la humanidad, y me obligó a confesar que existía la virtud sobre la tierra. Y mi corazón y mi cabeza me decían: La amas, necesitas su amor para vivir. Y mi desesperación me decía: Amparo no te ama. Entonces blasfemaba yo. ¡No hay Dios, decía! Fui a verla.

No había cosa más adecuada al temperamento de Amparo, tan amiga del ruido, de la concurrencia, tan bullanguera, meridional y extremosa, tan amante de lo que relumbraba.

Toda mujer prendada de un hombre llega a conocer por sus movimientos más leves, por los actos que distraída y casi mecánicamente ejecuta, el talante de que está. Amparo sabía que cuando Baltasar fumaba así, no se distinguía por lo jocoso y afable.

Causaba lágrimas de consuelo el oirle a ésta con tanto agrado, devoción y dulzura sacrificar a JESUCRISTO su juventud, sus prendas, sus hijos y su vida: protestando, que sentía en el alma no poderla perder mil veces, en desagravio de las ofensas, que reconocía haber hecho a su Redentor, cuyo perdón esperaba, por los méritos de su sangre y por la intercesión del amparo de pecadores MARIA, cuyo tierno amor, decía, que nunca había podido arrancar de su corazón.

Y como el conspicuo disputador, dejando su asiento, mostrase querer tomar el ex-voto que la muchacha ofrecía en aras de la diosa Libertad, Amparo se desvió y fuese derecha al patriarca. El corro se abrió para dejarla paso. La muchacha, sin soltar el ramo, miraba al viejo.

Amparo empezó a tomar lentamente un aspecto fantástico; a abrillantarse su mirada, a resplandecer; su figura se aisló en medio de una niebla vaga, azulada: desapareció a mi vista todo lo que la rodeaba, y quedó ella sola, inmóvil siempre, pero como suspendida en medio de un espacio indefinible, en que ni había luz ni sombra.

Palabra del Dia

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