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Actualizado: 17 de julio de 2025


La joven, al ver a Amaury que le ofrecía la mano para ayudarla a echar pie a tierra, no fue dueña de contener un grito de alegría, al mismo tiempo que sus pálidas mejillas, se teñían de un vivo rubor. ¡Amaury! ¡Usted aquí! ¡Dios mío! ¡Qué pálido viene! ¿Está usted herido? No, Antoñita; tranquilícese usted contestó Amaury. Nadie ha resultado herido: ni Felipe ni yo...

Desde aquel momento me siento ya más tranquilo; voy a explicártela, Amaury, y luego, invitándote a reflexionar y recordándote mi prohibición te dejaré solo, seguro de volverte a ver mañana para conferenciar contigo y con Antoñita antes de volverme yo a Ville d'Avray. Hable usted.

El señor de Avrigny, que estaba sentado ante su mesa de trabajo, se levantó para salir a su encuentro. No he querido acostarme sin venir a dar a usted un abrazo le dijo Amaury en tono tranquilo. ¡Adiós, padre mío! Su tutor le miró con fijeza y abrazándole respondió: ¡Adiós, Amaury!

» Elegante, generoso, de superiores dotes... » Rica y noble... » Noble y rico... » En suma: todas tus perfecciones y todos tus encantos, Magdalena. » En suma, todas tus cualidades, Amaury. » ¡Oh! exclamé con el corazón palpitante de gozo. ¡Si me amase una mujer como !... » ¡Dios mío! exclamó Magdalena palideciendo. ¡Habías pensado en ! » ¡Magdalena! » ¡Amaury! » ¡! ¡! ¡Te amo, Magdalena!

Yo te aseguro que el peinado te sienta a las mil maravillas, que el traje es elegantísimo y que eres tan hermosa como un ángel. Pues entonces la culpa no es de la modista ni del peluquero, sino exclusivamente mía. ¡Dios de bondad! ¿Cómo haces, Amaury, para tener un gusto tan detestable como el de quererme a ?

»No había excusa posible; así, que me dirigí en el acto a su aposento. Ella debió conocerme por el rumor de mis pasos, porque al entrar yo la vi con los ojos fijos en la puerta, revelando en su»mirada la más profunda ansiedad. Al verme llegar, me dijo: » Ven, ven, Amaury. ¿Has visto ya al ministro? » le contesté, con cierta vacilación.

No, señor, con Amaury; pero sin duda se me ha desviado el cañón y sin saber cómo el proyectil, dirigido a Amaury, ha estado a punto de matar a este caballero. El conde juzgó que era hora de tratar en serio un negocio que le parecía muy grave; así, dijo cambiando de tono: Tengan la bondad, señores, de dejarme hablar sólo unos minutos con los señores de Auvray y de Leoville.

Esta tercera influencia la representaba Amaury; por eso había estampado en su diario que en manos de él estaba la vida de Magdalena. Así, obrando en consecuencia, al día siguiente a aquél en que había escrito esta triste confesión envió a Amaury un recado diciéndole que le aguardaba, pues necesitaba hablarle. El joven, que aún no se había acostado, acudió inmediatamente al despacho del doctor.

»Al recordarla ahora se me figura una aparición celeste que me visita en sueños. ¿Acaso no era una santa que Dios nos presentaba para servirnos de ejemplo? Usted, Amaury, conoce una de sus buenas acciones; pero yo, podría citarle mil que le ayudé a practicar, y no son pocos los pobres que a estas horas deben bendecir su nombre.

¡Oh! ¡Ya , ya, adónde quiere usted ir a parar! repuso Antonia con melancólica sonrisa, pero se equivoca usted Amaury; esa persona a que se refiere no ha puesto nunca en sus ojos ni ha pensado en para nada. No hay nadie que pretenda a una huérfana que carece de bienes de fortuna, y yo, si he de serle franca, tampoco amo a ningún hombre...

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