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Actualizado: 17 de julio de 2025
Recuerdo muy bien que nuestro amigo está enamorado de la hija del doctor Avrigny y acaricia respecto a ella proyectos matrimoniales. ¡Ah, sí! ¡Yo también me acuerdo ahora! Sí; pero te olvidas de que aquella misma noche la novia se puso enferma. Pero aquella indisposición sería pasajera y no habrá sido nada... No, señores contestó Amaury. ¿Ya está buena? Ha muerto. ¿Cuándo? Hace una hora.
Dio algunos paseos por el aposento sin pronunciar palabra, mientras que Amaury le seguía anhelosamente con la vista. Por último se paró ante su pupilo y, sin atenuar la expresión de severidad, manifiesta en su rostro, le dijo: Escúchame, Amaury.
Se levantó y salió para ordenar que fuesen en seguida a buscar a su sobrina; después de dada esta orden volvió adonde la guardaban Amaury y el sacerdote y dirigiose con ellos al cuarto de Magdalena. Hacia las cuatro de la tarde llegó Antoñita. A la sazón no podía darse espectáculo más triste que el que ofrecía la habitación de la enferma.
Cuando Germán entró anunciando su visita, recordó Amaury que dos días antes había estado Auvray a verle para pedirle un favor y que no encontrándose dispuesto a pensar en otra cosa que en los asuntos que a él le preocupaban, había diferido para otro día aquella conferencia. Felipe volvía con la perseverancia que formaba parte de su carácter, a preguntar a Amaury si podía al fin oírle.
En una o dos ocasiones creyó Amaury oír la voz del doctor que le decía angustiado: ¡Bastante, Amaury, bastante! ¡Mira que vas a matarla! Pero en el acto oía también la voz de Magdalena, que con nervioso acento repetía: ¡Más de prisa, Amaury! ¡vayamos más de prisa! Los dos novios parecían no pertenecer ya a la tierra.
Pero luego sorprendo una mirada amorosa que Magdalena dirige a Amaury, comprendo que ocupo sólo un lugar secundario en el corazón de mi hija, que posee el mío por entero, y el egoísta sentimiento paternal triunfa, me ciego, y en mi irritación llego a perder la cabeza. »Y, bien mirado, el caso es muy natural.
Amaury se apresuró a estrechar la mano a la morena, diciéndole sonriente: Perdóneme usted, querida Antoñita; ante todo tenía que presentar mis disculpas a la que había asustado mi torpeza: he oído el grito de Magdalena e instintivamente he corrido hacia ella. Y volviéndose hacia el aya, añadió: Señora Braun, tengo el honor de saludarla.
Acababa de abrirse la puerta y el doctor salió del cuarto de su hija. El sombrío semblante del señor de Avrigny adquirió una expresión de severidad terrible al ver a Amaury ante sí. El joven sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de hinojos pronunciando con ahogada voz esta palabra: ¡Perdón!
¡Gracias, hija mía, gracias! exclamó el doctor sin poder contener su júbilo. ¡Eres adorable! ¡Te adoro, Magdalena! le dijo Amaury en voz baja. Entró entonces un criado para anunciar que comenzaban a llegar los invitados. Había que bajar, pues, al salón. Pero Magdalena no quiso hacerlo sin que antes fuesen en busca de su prima.
No, hijo mío, no respondió el doctor. Precisamente porque está mucho mejor he querido hablar contigo. Siéntate, pues, y hablaremos. Obedeció Amaury sin replicar, mas no libre de inquietud, porque el acento del doctor, por lo solemne, le revelaba que iba a tratarse allí de algún asunto muy serio.
Palabra del Dia
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