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Actualizado: 17 de julio de 2025
Amaury se sonrió, pensando en Antoñita. ¿Y de seguro quieres pedirme que te sirva de intérprete cerca de tu ídolo? ¡Desdichado! Me haces temblar... Pero prosigue. ¿Cómo te has enamorado? ¿y de quién?... Ya no se trata de una modistilla cuyo amor se busca por capricho, sino de una señorita de noble alcurnia a la que sólo puedo unirme en matrimonio.
Así, que Amaury no encontró en aquel jardín las emociones que iba a buscar en él. Allí como en Heidelberg su vida estaba en todas partes y en todo. El recuerdo de Magdalena moraba en aquel jardín indudablemente, pero tranquilo y consolador.
Volvamos, pues, a Florencia. Te decía que tomé dos decisiones a un tiempo, cosa muy extraña en mí, que apenas sé tomar una. Verdad es que, si alguna vez lo hago, no hay nadie que persevere más en su propósito ni que siga su camino tan impertérritamente como yo... ¡Por vida de!... Se me figura que acabo de soltar un adverbio. Tienes perfecto derecho a hacerlo repuso Amaury con gravedad.
No pases cuidado: me siento con fuerzas suficientes para continuar. Si papá ve que nos detenemos no me dejará bailar más. Y aferrándose al brazo de Amaury, a quien comunicó sus ardientes ímpetus, siguió con increíble ligereza el ritmo del vals, cuyo aire era cada vez más vivo.
El señor de Avrigny no había salido desde el día anterior de la habitación de su hija. En la escalera tropezose Amaury con Antonia, que se dirigía a su cuarto y tomándole la mano la besó en la frente sonriendo. Su tranquilidad asustó a la joven, que le siguió con la vista hasta que él hubo entrado en su aposento.
Ya lo oyes, Amaury: bailaremos el próximo vals. Pero recuerda, Magdalena repuso Amaury, gozoso y turbado a un tiempo, que precisamente ése es el vals que debía bailar con Antoñita... Magdalena volvió vivamente la cabeza y sin pronunciar palabra interrogó a su prima con una muda mirada.
Pero, querido tutor repuso Amaury, sin poder reprimir una ligera, sonrisa, habré de hacerle observar que todos esos conocimientos superfluos que usted me critica los debo a su cuidado casi paternal. Usted me ha dicho siempre que la esgrima y la equitación, unidas al conocimiento de algunos idiomas extranjeros, vienen a completar la educación de un noble en nuestra época.
Sin pasar de aquel día, decidí enamorarme con locura de mi encantadora vecina, y no desperdiciar la primera ocasión que se me ofreciera para declararle mi pasión. ¡Ah! Ya te veo venir, amigo Felipe dijo Amaury riendo; pero ya creía yo que habías olvidado aquella aventura en la que tuve la desgracia de ser tu rival, llevándote dos días de delantera.
Abandonó su asiento, dio unos paseos por la habitación presa de viva inquietud, se detuvo ante una papelera, sacó del bolsillo una llavecita, y tras una corta vacilación abrió con ella un mueble y extrajo de él un cuaderno. Aquel cuaderno era el diario del doctor. En él escribía el señor de Avrigny todo cuanto le pasaba cotidianamente, lo mismo que hacía Amaury en el suyo.
¡Ay! ¡Vivir! ¡vivir! exclamó Amaury con doloroso acento. ¿Cómo vivir sin aire, sin sol, sin amor? ¿Cómo vivir sin ella? No hay más remedio, Amaury; oye bien esto: En nombre de Magdalena, en su sagrado nombre, yo, su padre, te prohíbo suicidarte. Amaury se cubrió el rostro con las manos. Estaba desesperado.
Palabra del Dia
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