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Actualizado: 16 de junio de 2025
María, con un libro devoto en la mano, leía a su madre las oraciones que suelen decirse antes de la comunión. Marta estaba arrimada a la pared, lívida, desencajada, mirando la augusta ceremonia cual si tuviese delante alguna terrible visión. Una de las mujeres que penetraron en el cuarto le alargó un hacha encendida y ella la tomó sin saber lo que hacía.
Felizmente llegó Pablito con Ventura, que se habían rezagado, y nuestro joven saludó al primero afectuosamente y dirigió a la segunda una ceremoniosa cabezada. Pablo sonrió. Qué, ¿no la conoces? Es mi hermana Ventura. ¡Oh! ¿Cómo había de conocerla? Es una mujer... ¿Cómo está usted, Ventura? La niña le alargó la mano mirándole con expresión maliciosa y burlona que acabó de desconcertarle.
Esperaba tranquilizarme con ese tono jocoso, pero en su cara, pálida y un poco contraída era tan doloroso el esfuerzo para sonreír, que no pude contener las lágrimas. Mi padre me alargó la mano, torpe y pesada, y me dijo con una especie de melancólico asombro: Pero, entonces, ¿me quieres?... ¡Lo dudaba, después de las bondades que tiene para mí continuamente!
D. Mario de la Costa, a juzgar por su palidez, estaba rezando en aquel momento el credo, preparado a morir cristianamente. Alargó al jefe de la familia su mano temblorosa y fría, y preguntó con voz que semejaba un estertor: ¿Cómo está usted?
La noche que siguió a mi hazaña ecuestre, Pepita me recibió entusiasmada, e hizo lo que nunca había querido ni se había atrevido a hacer conmigo: me alargó la mano. No crea Vd. que no recordé lo que recomiendan tantos y tantos moralistas y ascetas; pero, allá en mi mente, pensé que exageraban el peligro.
El chino, sin mirarlo, vio que estaba casi vacío; sin escudriñar el aposento, observó que estaba pobremente amueblado, y sin apartar su vista del techo, notó que la señora y Carolina vestían con la mayor pobreza. No obstante, debo confesar que los largos dedos de Ah-Fe apretaron de firme el medio peso que aquélla le alargó.
En seguida me alargó la mano y me dijo: Compadre, es V. el único hombre de talento que ha caído en mi poder. Todos los demás tienen la maldita costumbre de procurar entristecerme, de llorar, de quejarse y de hacer otras tonterías que me ponen de mal humor. Sólo V. me ha hecho reir: y si no fuera por esas lágrimas...
Aquellos buenos hombres llegaron a él, y dando voces le despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre que estaba muriendo, y que no mirase a las cosas pasadas ni a sus dichos malos, pues ya dellos tenía el pago; mas si en algo podría aprovechar para librarle del peligro y pasión que padecía, por amor de Dios lo hiciese, pues ellos veían clara la culpa del culpado y la verdad y bondad suya, pues a su petición y venganza el Señor no alargó el castigo.
La depositó sin hacer ruido sobre la arena de la alameda, dio un paso apoyando el índice sobre sus labios y fue a aspirar el vaho de la habitación por la abertura que había hecho. Su pecho se henchía con una ávida voluptuosidad. Era la primera vez que respiraba en diez días. Alargó la mano hacia la habitación, palpó el interior, encontró la falleba y la cogió.
A vueltas con esta preocupación cruzó distraído la Rúa Nueva, entró en la plaza de la Marina, siguió caminando por el muelle y se alargó hasta la punta del Peón. La noche estaba serena y despejada. Las estrellas centelleaban en el firmamento cabrilleando en las aguas tranquilas de la bahía. La jarcia de los buques surtos en ella se destacaba con bastante claridad del fondo azul obscuro.
Palabra del Dia
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