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Actualizado: 12 de junio de 2025


Terrible, terrible fue su suerte: ¡ay! ¡y no hubo quien la vengara! , Córdoba, te anonadaste y no hiciste mas que verter un llanto inútil. ¿Cómo no te alzaste y heriste la frente del malvado? ¿cómo no hallaste en medio de tu furor armas con que reducir á polvo á los impíos que abrieron con mano airada tu palpitante seno?

Murieron bajo el hierro del vencedor mas de veinte mil partidarios de Pompeyo; fueron echados los demas de sus albergues; condenados muchos á andar errantes por la tierra llevando en su frente el sello del proscrito. ¡César! ¡César! no era esta la mision que te habia confiado tu destino. ¿Cómo pudiste en un instante de ira venir á cubrir de luto una ciudad á que antes y despues consagraste tus recuerdos? ¿cómo no supiste acallar aqui tus pasiones, que acostumbrabas á levantar entre tus brazos al vencido, que no tuviste corazon para ver la cabeza de Pompeyo y dejar de verter sobre ella una lágrima de compasion y de ternura? ¡César! ¡César! hemos creido ver aun tu sombra airada pasando sobre esta ciudad de Córdoba: perdónanos si llevados por la fuerza del sentimiento hemos recordado con placer que fuiste á espirar bajo el puñal de Bruto.

Aun recuerdo algo del célebre drama romántico, aquello de doña Sol a Carlos V: «¡Callad, que me avergonzáis...! Don Carlos, entre los dos todo amorío es locura.... Mi padre su sangre pura vertió en la guerra por vos, y yo, que airada os escucho, soy, pese a furor tan loco, para esposa vuestra, poco, para dama vuestra, mucho

Clara iba a salir de la glorieta con el corazón mortalmente herido, pues en las muchas reyertas que habían tenido nunca habían llegado a palabras tan agrias, cuando entraba Elena en su busca. Al verla de aquella forma, descompuesta y pálida y observar la actitud airada de Tristán, hizo alto sorprendida. ¿Qué es eso, habéis reñido...? ¡Qué feo, qué feo en vísperas de boda!

Tambien me ha dicho Izuf todo su intento, Y me ha rogado, que yo á vos os ruegue Algun alivio deis á su tormento; Mas antes con airada furia llegue Una saeta que me pase el pecho, Y esta alma de las carnes se despegue, Que tan á costa mia su provecho Y tan en daño nuestro procurase, Aunque él queda de bien satisfecho.

Estos cuartos los ocupaban mujeres de vida airada, que eran como la crema de aquel mundo de vicio, cuyo centro era la famosa calle del Temple, y que extendía sus brazos a las adyacentes, teniendo como encerrado entre ellos el corazón de la ciudad. El café debía ser una mina de plata.

Aquella misma tarde se encontró Leto con las Escribanas yendo él hacia la botica y ellas hacia la Glorieta. Nada tenía esto de particular; pero lo tuvo el que al pasar Leto codo con codo con la Escribana mayor, dijo ésta en voz airada volviendo la cara hacia él, que había saludado muy cortésmente: ¡Escandaloso!

Dio también en pensar que maldito lo que le importaba que la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo, o bien otra cosa semejante, como quería probar, hinchándose de convicción airada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflojar la cuerda a la manía de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada.

Accesos de furor sacudieron un instante sus miembros al hallarse impotente contra los muros blancos, que parecían mirarla con apacible indiferencia; y de pronto, bajándose, recogió un trozo de ladrillo que la casualidad le mostró, a la luz de un farol, caído en el suelo, y con airada mano trazó una cruz roja sobre la oscura puerta reluciente de barniz, cruz roja que dio mucho que pensar los días siguientes a doña Dolores y al tío Isidoro, que recelaban un saqueo a mano armada.

Y así, ensimismada en sus pensamientos, y la bella color trocada, y el semblante grave y apenado, estúvose inmóvil una gran pieza, hasta que de improviso alzose, y sus ojos ardieron, y hacia el jardín se volvieron, que a él daban las ventanas de la sala, como si a través de las paredes ver hubiera querido lo que en el sombroso cenador del jardín pasaba, y hacia la puerta fuese rápida; y antes de que a ella llegara, abriose la mampara y apareció Florela, la fiel doncella, toda descompuesta y airada, y tan pálida, que un viviente cadáver parecía.

Palabra del Dia

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