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Actualizado: 7 de julio de 2025


No, a mi casita insistió la abatida Comadreja . Si va conmigo una fiebre, quiero estar en mi cuarto. Ea, adiós. Toma mi mantón siquiera porfió la Tribuna. Bueno, venga.... ¡Brr!, estoy hecha una sopa. Y Ana, saludando con su esqueletada mano, ademán que indicaba un resto de intención festiva que aún retoñaba en ella, tomó el sendero que conducía al camino real.

Además, parecía enferma... Era la compañera deseada para las monotonías del mar: una amistad femenil de todo reposo; y al separarse se dirían ¡adiós! llevándose cada uno el recuerdo melancólico de algo desinteresado y puro. Habían ido a apoyarse en la borda de babor, contemplando la luna.

No, no... ¡Ya la hora fatal ha llegado, trovador! Manrique, partamos ya, no perdamos un instante. DENTRO. ¡Ay! LEONOR. Esa voz penetrante... ¡Si no fuera tiempo ya! Despacio viene la muerte, que está sorda a mi clamor; para quien morir desea despacio viene, por Días. ¡Ay! Adiós, Leonor, Leonor.

Mañana sin falta. Cristeta. No tengo más esperanza. Inés. ¿Quién sabe? Cristeta. Tómalo con empeño. Inés. Vaya usted tranquila, y hasta mañana...; pero, la verdad.... ¡qué granujas son los hombres! Cristeta. Y nosotras, ¡qué simples! Inés. No, pues si todas fuéramos tan listas come usted, ¡pobrecitos! Cristeta. Con eso y con que no me sirva de nada... Inés. Adiós, señorita.

Sin embargo, supiste arreglar a la hija del Rato... Adiós, adiós... ¿Qué tal, Sinforoso? ¿Cuándo te dan la mano de Cipriana?... Bien te hacen penar, hombre. ¿Por qué no los amenazas con pasarte otra vez al Saloncillo? Había muchas señoras con dominó negro, que eran las que daban estas bromas, demasiado vivas a veces. La mayor parte de ellas eran viejas.

Años hace que el ángel de mis sueños oyó, desde el mundo de la luz, mi triste plegaria y el funeral doblar que escribe en el libro de la vida la última letra, al confundirse con el ruido de la piqueta que abre la fosa y el martillazo que cierra el ataúd; últimos adiós que se elevan desde el fondo de la tumba á los que quedan esperando en el teatro del mundo la realidad de la muerte.

La verá usted me dijo; quiero que coma usted hoy con ella. Pero estos papeles... este testamento... ¿Y qué? replicó, sonriendo; eso ya no me concierne. Felizmente para , Judit me amará sin esas riquezas... Adiós, señor; voy a verla, voy a encontrar a su lado mucho más de lo que he perdido. Y salió con la mirada radiante de dicha y de esperanza.

Ahora hacen unos ciminterios de vivos que les yaman barrios pa obreros... y cuando subimos a Madrid... ¡es pa esto! ¡Te debemos la vida! dijo una voz aún entrecortada del terror. ¡Adiós, señora!

Después hizo un pomposo ademán, algunas cortesías, y se marchó. Adiós Ariadna, Antígone, Sofonisba, Penélope dijo cuando la vió fuera el poeta, que gustaba mucho de aplicarle aquellos nombres heroicos. Poco después de esta despedida se sintieron ronquidos muy broncos y prolongados. Era Ariadna, Antígone, Sofonisba, Penélope, que dormía en el interior. ¡Cuán felices son las semidiosas!

«También usted me insulta, señor Director dijo oprimiéndose el pecho, y con la entonación y los ademanes de un cómico mediano . No puedo más, no puedo más... ¡Adiós, adiós, ingratos!». Y salió escapado.

Palabra del Dia

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