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Actualizado: 7 de julio de 2025


Mi adios he dado sollozando y triste del amor á los goces inefables; ya la mujer que idolatré no existe sino en mis pensamientos implacables.

Me dolía el corazón... Sentí que me tocaban en el hombro, y que me decían quedito, muy quedito: ¡Rodolfo!... ¡Rodolfo! Era Linilla. Ya todos se han recogido, murmuró y he venido a decirte adiós, porque no quiero verte mañana. ¿No quieres verme? ¡No; me sería imposible salir de aquí!... ¡No podría contener mis lágrimas!

Adiós; escribiré a usted otro día más en detalle mis impresiones sobre la gente que rodea a mi padre. Hasta este momento las mujeres me gustan menos que los hombres... Quiero decir que me desorientan más, porque son realmente de otra especie que las mujeres de Quimper, al menos que las que conocí en casa de mi pobre tía.

El régimen respetado con religiosa escrupulosidad. El miedo guarda la viña, seré esclava de la higiene. Todo menos volver a las andadas. Continúo mi diario, en el cual no me permito el lujo de perderme en psicologías ya que usted lo prohíbe también. Todos los días escribo algo, pero poco. Ya ve que en todo le obedezco. Adiós. No retarde su visita. Quintanar le saluda... roncando.

Hasta mañana»; y le besó la mano, pues la cara era imposible por tenerla toda untada de caramelo. Adiós, rico dijo Rafaela pellizcándole los dedos de un pie que asomaban por las claraboyas del calzado. Y salieron. Izquierdo, que aunque se tenía por caballería, preciábase de ser caballero, salió a despedirlas a la puerta de la calle, con el pequeño en brazos.

Adiós, que lo pase bien, y que encuentre a su moro con salud... Vaya, conservarse». Siguió cada cual su rumbo, y a la entrada del Puente, dirigiose Benina por la calzada en declive que a mano derecha conduce al arrabal llamado de las Cambroneras, a la margen izquierda del Manzanares, en terreno bajo.

No podía resignarse a dejar el buque sin hablar con él por última vez, sin decirle adiós. Y Fernando, emocionado por el tono de humildad con que hablaba esta mujer, sacó las manos de los bolsillos buscando las suyas. ¡Mina!... ¡Brunilda adorada!... De su existencia en medio del Océano, ella iba a ser el único recuerdo que permanecería en pie.

Mueres representando la fortuna que se aleja de casa, el prestigio que se pierde, la altivez que se desvanece; y cuando salgas de ella a altas horas de la noche en sucio carro para ser conducido adonde te explotarán por última vez, convirtiendo tu piel en zapatos, tus huesos en botones y tu carne en abono fertilizante, por la puerta entreabierta entrará la pobreza, la desesperación de una miseria disimulada, y quién sabe si la deshonra, eterna compañera de los que se aferran tenazmente a las alturas de donde les arrojan. ¡Adiós, Brillante! ¡Adiós, fortuna que huyes para siempre!

PANTOJA. ¡Qué feliz oportunidad! Así me evita el ir al convento. EVARISTA. Hija, que estudies. Yo me retiro. Volveré luego. EVARISTA. Adiós. Cultive usted, Electra, con discernimiento ese arte sublime. Consagre usted todo su talento al gran Bach... para que se vaya asimilando el estilo religioso. ELECTRA; al poco rato CUESTA. Bach... para que me asimile... ¡qué gracia! el estilo religioso.

Sólo has penetrado hasta ahora en ella, la has sondeado y conoces sus melancolías, sus flaquezas, y sus ternura. Si me separo de ti, si digo adiós a nuestro amor, no creas que es porque he dejado de estimarlo: obedezco solamente a una ley de la naturaleza que nos empuja a todos a crear una familia.

Palabra del Dia

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