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Actualizado: 7 de julio de 2025


Adiós. Adiós. Pasaron días, muchos días. Yo tan pronto deseaba volver a casa de Rumblar, como hacía intención de no poner más los pies en aquella casa, porque me repugnaban los artificios que hacían de las tertulias una completa representación de teatro.

¡Si yo pudiera creer que al otorgarme este favor, usted se muestra bien dispuesta a acceder a mi petición! murmuró Huberto apoyando sus labios sobre la fina mano que la joven le tendía para darle un adiós definitivo.

Una vieja limpiaba las escaleras de piedra de la iglesia con una escoba y cantaba a voz en grito: ¡Adiós los Llanos de Estella. San Benito y Santa Clara, Convento de Recoletos donde yo me paseaba! Ya ve usted dijo el extranjero que, aunque a usted le parezca este pueblo tan desagradable, hay gente que le tiene cariño. ¿Quién? dijo Martín. El que ha inventado esa canción.

Dime lo que quieras». «Si rompemos, no me eches a la culpa, porque eres quien la tiene». «¿Yo?». «, , por salir con alguna patochada ordinaria». «Bueno, lo que quieras... siempre has de tener razón... Adiós». «Hasta la vista».

A lo cual contestó: Como al señor le ha dado por la música.... ¡Así lo cuenta en todo Villaverde! ¡Cuentan en Villaverde tantas cosas! ; me gusta la música... desde que tocar a Luisa. La morena se sonrojó. Teresa se soltó diciendo: ¡Adiós! Pues ¡no cómo, porque ésta toca muy mal! Tocar bien, como una profesora.... Venga usted acá, y me sacó hasta el zaguán venga.

Sigue a lo escrito, un pequeño volumen conteniendo detalles puramente domésticos, cuyo interés para nosotros disminuye en relación a las circunstancias a que se refiere. Todo ello termina con una página que parece un ¡adiós! a su manuscrito y que copio a continuación. ¿Dios lo dispone así? ¡Hágase su santa voluntad! En resumen: toda sabiduría consiste en resignarse por adoración a su voluntad.

Lo más pronto que puedas. Bueno. Adiós. Adiós y prudencia. Martín salió de la iglesia, tomó por la calle Mayor hacia el convento de las Recoletas, paseó arriba y abajo, horas y horas sin llegar a ver a Catalina. Al anochecer tuvo la suerte de verla asomada a una ventana. Martín levantó la mano, y su novia, haciendo como que no le conocía, se retiró de la ventana.

Te contaré mi viaje en la próxima carta. Adiós. Elena al Padre Jalavieux. 30 de octubre. Hemos vuelto a París, mi buen señor cura. Unas cuantas borrascas de lluvia y de viento nos han hecho temer por la salud de mi padre, y hemos dejado la «Villa Sol» a la que el sol no visitaba ya casi nunca.

Á estas palabras que le tocaban en lo más profundo de su ser, Marenval palideció, las lágrimas brotaron de sus ojos y sin poder hablar, permaneció temblando de emoción ante sus amigos. Por último movió la cabeza, dió un suspiro que pareció un sollozo y contestó, arrojándose en los brazos de su pariente: Adiós Vesín. Usted sabe á qué atenerse.

¿Pero vas a ir ? preguntaba Leonora con cierta angustia, como si su instinto femenil adivinase en el peligro. ¿Vas a dejarme sola?... Un momento nada más. No te haré esperar mucho. Se despidieron en el corredor con la ruidosa y descuidada alegría de su pasión; sin fijarse en los camareros que iban y venían al otro extremo del largo pasadizo. Adiós, Rafael... Uno; uno nada más.

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