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Actualizado: 7 de julio de 2025
Una idea extravagante cruzó por la cabeza de Bettina, inclinose sobre la portezuela y exclamó, acompañando sus palabras con un pequeño saludo con la mano: ¡Adiós, mis pretendientes, adiós! Luego se echó bruscamente para atrás, presa de un acceso de risa nerviosa. ¡Ah, Zuzie, Zuzie! ¿Qué hay? Un hombre con una bandera roja en la mano... me ha visto... ¡me ha oído!... ¡Y se ha quedado asombrado!...
El mal no tenía remedio. ¡Miserable de él! ¿Dónde estaba la poesía de su pasión? ¿Qué había de común entre él y aquellos amantes que había visto en los libros, inclinados sobre el lecho de la moribunda, abrazándola y gimiendo el último adiós?... ¡Feli, Feli!
Y su voz tenía el mismo acento de súplica infantil que los lamentos de los mineros cuando veían aproximarse el doctor á las camas del hospital. Todo lo había perdido en un instante. ¡Adiós comilonas y agasajos, el trato con los ricos, todo lo que le hacía ser mirado con envidia por sus antiguos compañeros cuando se dignaba subir á las canteras acompañando á los contratistas!
O quédate, si por dicha Abindarráez quisiere Saber nuevas. ABIND. No hay que espere Después de la nueva, dicha. Aquí mi esperanza muere. ZOR. Ven tú, Jarifa, que tengo Vase ZORAIDE. Que hablarte. JARIFA. Adiós; luego vengo. Vase JARIFA. ABIND. ¿Que aquí mi padre se queda? ¿Posible es que vivir pueda La esperanza que entretengo? Alborán, ¿que no hay jornada?
Don Paco se acercó a Juanita para besarla. Ella le separó con suavidad y se esquivó poniéndose muy seria y exclamando: Déjame. No te llegues a mí. Respétame como a tu reina y como mi caballero que eres. Las flores del romero serán miel en su día; ahora, no. Ve mañana a mi casa, a las diez y media de la noche. Allí hablaremos con mi madre. Adiós.
Y mientras llevaban a cabo este retoque criminal, eran las exploraciones sin término, las rebuscas furiosas sobre el mármol del tocador, al través del bosque de frascos y cajas, persiguiendo objetos que aturdidamente tocaban sin reconocerlos. ¿Dónde estaba el polvo rosa? ¿Y el paño de Venus? ¡Adiós! ¡ya no quedaba una gota de «piel de España»! La mamá, con la manía de embellecerse que la había acometido a última hora, era una calamidad para las niñas.
Ella guarda silencio y se ase a la balaustrada. La espuma baila delante de sus ojos y se tiñe de mil colores. Gertrudis dice el joven tratando de tomarle la mano; he venido a decirte adiós para siempre. ¿Vas a dejarme partir sin una palabra? Y yo, yo he venido para dar reposo a mi alma; dice ella, retrocediendo ante la mano que la toca.
Pícaramente; ciento sesenta pesos he perdido. ¿Y a usted? Peor todavía; adiós... Ni siquiera nos contestó el perdidoso. Hombre, si no has jugado le dije a mi primo, ¿cómo dices?... Amigo, ¿qué quieres? Conocí que me venía a preguntar si tenía suelto. En su vida ha tenido ciento sesenta pesos, la sociedad es para él una especulación; lo que no gana lo pide...
Obedeció, sin embargo, con esa especie de impasibilidad automática, propia de los criados de grandes casas, y cuando el excelentísimo ministro de la Gobernación, don Juan Antonio Martínez, buey Apis, por otro nombre, entró en el boudoir, ardía ya en la chimenea un alegre fuego, y a su lado le esperaba Currita, tendida en una chaise longue, envuelta en una bata de raso, perfectamente enguatada, y arropados los pies con un plaid escocés finísimo: descansaba su cabeza en una gran almohada con lazos color de rosa, y tendiéndole al verle entrar su franca manecita, dijo con la débil voz de un enfermo desahuciado: ¡Adiós, Martínez!... Sólo a usted hubiera yo recibido hoy.
Adiós, y piensa que ya eres mía. Ahora cuando quieras nos veremos para convenir lo que más te agrade.
Palabra del Dia
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