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Actualizado: 3 de junio de 2025


Bolen era hombre de carácter firme, y así, como quiera que desde que cayó en las garras de los del Santo Oficio no pudo hacerse muchas ilusiones de su porvenir, se propuso dar muestras de su entereza, y ni las amenazas, ni los sermones, ni el tormento hicieron en él efecto alguno, afirmándose con jactancia reo en las herejías de que se le acusaba, por lo cual fué condenado á ser quemado vivo en el prado de San Sebastián.

Pero Ferpierre se detuvo bruscamente, previendo que la joven no se habría quedado sin contestar: «No me reí de la mentira, porque en vez de risa tenía que causarme pena. Creyendo que usted me decía la verdad, pensó que Zakunine se acusaba por salvarme, y como él es inocente y yo soy la culpable, no me reí, sino que temblé y dije a usted la verdad...»

Con mucho gusto, aunque eres un compañero peligroso con tu musculatura y tu aspecto de vigor... Estos primitivos de América tienen un culto por la fuerza... Tragomer observaba á Sorege con todas sus facultades; escuchaba las entonaciones de su voz y espiaba los movimientos de su cara. Nada acusaba agitación en el conde, excepto un pequeño temblor de la boca, que podía ser nervioso.

Debo agregar que su aspecto no dejaba en el ánimo del que le contemplaba ninguna impresión penosa, pues nada acusaba en él la decadencia intelectual propia de la vejez. Su armazón corpórea, de suyo fuerte y maciza, no se estaba todavía desmoronando.

Todos nuestros amigos estaban allí: los Marqueses de Oreve, Lacante, Kisseler, hasta el doctor Muret, que había hecho hueco entre dos consultas para darme esa prueba de amistad. Antes de hablar los había visto a todos, menos a Elena, y ya la acusaba por su indiferencia cuando la vi detrás de su padre, desde donde me miraba atentamente, creyendo, sin duda, no ser vista.

¡Parece mentira! decía él . La prueba de que te quiero está en la cobardía, en el temor de ofenderte con que te miro y te deseo. , pero te agarras. ¡Maldita tormenta! ¡Estábamos tan bien en el balcón!... La alegría retratada en el rostro de don Juan le acusaba claramente de mentiroso.

Porque, efectivamente, cambiada ya la disposición de su espíritu, Vérod acusaba a la muerta no solamente de debilidad sino de mentira y casi de indignidad.

Tal era el hombre que Roberto Vérod acusaba de haber muerto a la Condesa d'Arda. ¿Será este hombre capaz de haber cometido el asesinato? se preguntaba Ferpierre, y contra la opinión de Julia Pico, se contestaba: ¡, es capaz! Pero ¿había realmente dado muerte a la desgraciada Condesa? La capacidad de distinguir, por sola, no valía nada.

En los días que siguieron, éste no se mostró irritado, ni aun severo con la delincuente. Toda su cólera y malquerencia eran para el Duque. Le acusaba de haber abusado inicuamente de la confianza de su suegro para despertar en la pobre Cecilia pasiones que siempre habían estado dormidas.

Ya nadie se acordaba de aquello; seguía siendo aturdida, tenía fama de golosa y de gorrona según la expresión que se usaba en Vetusta como en todas partes pero nada más. Era insoportable con su alegría intempestiva; mas en materia grave, en lo que no admite parvedad de materia, nadie la acusaba, a lo menos públicamente. Por supuesto, que no se cuenta tal o cual descuidillo....

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